Impugna DOJ leyes de California que ponen en riesgo a agentes de EU
BERGEN, Nueva Jersey, EU, 20 de noviembre de 2025.- El 18 de noviembre marcó el renacer de Ruperto Vicente Márquez, un migrante mexicano trabajador, padre de familia y emprendedor en Nueva Jersey, quien recuperó su libertad tras haber sido detenido por agentes de ICE el pasado 19 de octubre. Su liberación fue un suspiro colectivo para su esposa, sus hijas, su hermano y toda una comunidad que vivió con angustia cada día de su ausencia. Hoy su historia se convierte en una voz poderosa de esperanza para miles de familias latinas que también enfrentan el temor constante de una detención migratoria.
Durante casi un mes, Ruperto permaneció en un centro de detención sin saber si volvería a abrazar a sus hijas, si regresaría a su hogar o si su vida cambiaría para siempre. Fueron días llenos de incertidumbre, oración, silencio, miedo, fortaleza, lágrimas escondidas y una profunda fe en que Dios lo sostendría en su momento más duro. En conversación con Quadratín Hispano, Ruperto describió ese momento como un tiempo que lo rompió por dentro, pero que también lo reconstruyó.
“Ya estoy nuevamente normalizándome, estoy empezando otra vez a hablar un poco de la vieja vida y disfrutando de mi familia. La gente a veces me abraza cuando me ve en la calle, me dicen que sienten lo que pasé y se alegran de que haya podido regresar. Ha sido muy emocionante encontrarme con personas que celebran que esté aquí, que esté vivo y que pueda seguir adelante”, cuenta Ruperto, todavía conmovido.
Su pesadilla comenzó un domingo en la mañana. Él manejaba rumbo a su trabajo, como cualquier otro día, confiado, tranquilo, sin imaginar que la vida estaba a punto de partirse en dos. En un momento, mientras conducía, él notó que dos vehículos lo seguían por varias calles, intentó mantener la calma; sin embargo, fue detenido por los agentes, sin advertencia, sin explicación y sin oportunidad de prepararse, comenzó un capítulo de angustia que pondría a prueba su fortaleza.
“Yo sabía que no tenía nada que esconder, pero cuando vi que me venían siguiendo me imaginé que era inmigración, por todo lo que se escucha. Seguí manejando normal hasta que prendieron las luces y me detuve. En ese momento comienza algo que jamás pensé vivir; yo iba con dos personas que también fueron detenidas, una deportada y la otra movida de estado, no sé si en Mississippi o Alabama. Ese traslado es normal, allá todo puede pasar sin que te avisen, a mí mismo casi me movían en la primera semana.
“Yo recuerdo que antes de ser llevado al centro de detención fui sometido a una serie de preguntas por parte de los agentes, quienes insistían en que yo ocultaba información. Aunque intenté explicar que nunca había sido arrestado y que mi historial estaba limpio, los oficiales me acusaron de mentir y me obligaron a bajar del vehículo. Ese fue el momento en que me llevaron”, explica Ruperto, describiendo la crudeza del sistema.
Ya dentro del centro de detención, su realidad cambió radicalmente. Pasó de manejar libre por Highlands a vivir en un dormitorio con 14 personas, camas dobles, espacios reducidos y baños compartidos. Allí, cada día comenzaba sin saber qué podía pasar, sin información clara y rodeado de personas que, como él, trataban de mantenerse fuertes en medio del encierro. Ruperto cuenta que tuvo que adaptarse rápido a ese nuevo ritmo, aprender a convivir con desconocidos, a encontrar espacios de calma entre conversaciones y oraciones. Afirma que aunque las condiciones no eran inhumanas, sí le exigieron una fortaleza interior que nunca antes había tenido que poner a prueba.
“Hay personas que te tratan bien y otras que te ignoran como si fueras un criminal. Yo no digo que me hayan tratado inhumanamente, pero sí había cosas difíciles, la comida, el frío, la incertidumbre. Uno tiene que buscar cómo adaptarse para no enfermarse, para no pasar hambre, para simplemente aguantar mientras espera a que Dios haga su obra”, recuerda.
La incertidumbre lo acompañó cada hora. No saber si saldría deportado, si volvería a ver a su familia, en lo que podría pasar con sus pequeñas hijas y si tendría oportunidad de explicar que su hoja de vida estaba limpia, lo quebraba y lo fortalecía al mismo tiempo.
“Son momentos muy duros donde uno siente que ya no hay salida, que tal vez ya lo perdió todo. Pero yo confié en Dios. Aunque la situación parecía imposible, yo decidí no rendirme. Decidí orar, respirar y esperar. Mantener la fe fue lo único que me sostuvo”, dice Ruperto con más tranquilidad.

Mientras él estaba detenido, su esposa, sus hijas y su hermano vivieron días de absoluta angustia. Llamaron hospitales, preguntaron en estaciones de policía, buscaron respuestas. Nadie sabía dónde estaba. Nadie tenía información. Cuando finalmente lo encontraron, la familia había pasado de la preocupación al miedo absoluto.
En medio de la angustia, explica Ruperto que lo más hermoso fue la humanidad de sus vecinos, amigos y conocidos, aseguró que la comunidad se convirtió en su mayor sostén, ya que no solo acompañaron emocionalmente a su esposa durante esos días de ausencia, sino que también mostraron una solidaridad inmensa con el restaurante familiar que ambos hermanos administran.
“Muchas personas llegaban y, al ver la situación, le decían que no pagara por la comida, decían que entendía. La situación que sabían que ella estaba atravesando un momento difícil. Cuando me enteré de esos gestos fue un alivio inmenso y una muestra del cariño que la comunidad nos tiene y eso también ha sido muy importante porque no lo esperábamos”, afirmó con total gratitud Ruperto
Luego de casi un mes detenido, el caso de Ruperto finalmente llegó ante una jueza de inmigración, quien revisó cuidadosamente su historial, sus documentos y las circunstancias de su detención. Tras analizar toda la información, concluyó que no debía ser deportado y que tenía el derecho de continuar su proceso en libertad. Esa decisión abrió una puerta que su familia había esperado con el corazón en la mano, así que reunieron el dinero y pagaron la fianza para que Ruperto pudiera salir del centro de detención.
“Cuando las volví a ver, sentí que quería llorar y reír al mismo tiempo. Fue una felicidad enorme, sentimientos encontrados. Mis niñas brincaron de felicidad, mi esposa lloró y me abrazó tan fuerte que sentí que nunca me iba a soltar. Yo también lloré, porque sentí que volvía a nacer”, describe Ruperto sobre ese reencuentro inolvidable.
Hoy, ya en libertad, Ruperto solo quiere trabajar, reconstruir su rutina, recuperar sus días perdidos y seguir construyendo el negocio familiar con su hermano. Él sabe que lo vivido lo marcará para siempre, pero también lo impulsará a ayudar a otros migrantes.
“Creo que este país ofrece oportunidades, pero uno debe esforzarse por hacer las cosas bien. Pagar impuestos, seguir las reglas, buscar información. A veces por ignorancia tomamos caminos que después nos perjudican. Siempre vale la pena hacer lo correcto y mantenerse firme”, reflexiona luego de su experiencia.
Su mensaje final es un abrazo para toda la comunidad latina que vive con miedo, que enfrenta procesos migratorios complicados o que simplemente se siente sola. Él sabe que su experiencia refleja la realidad de miles de familias que cada día trabajan, aportan y sueñan mientras cargan con la incertidumbre del sistema. Por eso, hoy siente la responsabilidad de compartir lo que aprendió en ese proceso, que incluso en los momentos más oscuros puede surgir una luz, que la fe puede sostener cuando todo parece perdido y que la unión de la comunidad puede convertirse en un abrazo que salva.
“A veces uno siente que ya no hay salida, que ya perdió todo. Pero hay que mantener la fe. Dios siempre tiene un plan, aunque uno no lo entienda. Yo vi cómo la comunidad respondió con amor, cómo la gente te ayuda cuando haces las cosas bien. Si uno siembra cosas buenas, eso mismo regresa. Esa es mi esperanza y lo que quiero que la gente recuerde. Mi historia no es solo mis, es también de todos los que siguen luchando por un futuro digno y por la oportunidad de seguir caminando sin miedo en este país”, finalizó un poco emocionado Ruperto.
El 18 de noviembre no solo fue el día en que Ruperto salió del centro de detención. Fue el día en que volvió a creer, en que sintió que la vida le dio una nueva oportunidad y que su vida cambió cuando volvió a abrazar a sus hijas y su familia. Su historia, de dolor y renacimiento, hoy se convierte en una fuente de esperanza para todo el pueblo latino que lucha, trabaja, confía y sueña con un futuro mejor en Estados Unidos.