Encuentra pianista James Vincent en la música un camino para sanar
ELIZABETH, Nueva Jersey, EU, 2 de diciembre de 2025.- A los tres años, en Medellín, James Vincent ya comenzaba a descubrir un universo que marcaría cada paso de su vida. Nació en una familia de músicos y creció escuchando acordes entre visitas de artistas, sesiones de grabación y el sonido constante del teclado que su abuelo, integrante de la reconocida agrupación Los Corraleros de Majagual, mantenía en su estudio. Esa atmósfera sembró en él una pasión que no necesitó guía externa, solo la música lo eligió antes de que él pudiera comprenderlo.
Su formación, inicialmente empírica y luego académica, lo llevó de clases particulares a Bellas Artes en Medellín, Colombia, donde estudió durante dos años antes de que el mundo profesional llamara a su puerta. Sellos discográficos y productores comenzaron a buscarlo como arreglista, abriendo un camino lleno de oportunidades, pero también de cuestionamientos internos. James sentía que aún le faltaba encontrar su sonido, ese punto exacto en el que identidad y técnica se fusionan. Por eso regresó al aprendizaje, buscando perfeccionar orquestación, ensambles de cuerdas y metales, y construyendo, poco a poco, una identidad musical única.
“Mi trayectoria empezó cuando yo tenía tres años. Yo no elegí la música, la música me eligió a mí. Crecí entre estudios de grabación, viendo entrar músicos a mi casa, descubriendo melodías por oído. Era un mundo que me atrapaba sin yo entenderlo. A los 10 años tuve mi primera educación musical formal, luego Bellas Artes y más tarde el trabajo profesional, pero siempre sentí que estaba buscando un sonido que aún no había encontrado”, recuerda James.
Ese sonido del piano, marcado por su amor a grandes bandas estadounidenses como Chicago, Earth, Wind and Fire, Phil Collins y Tower of Power, lo llevaron a tomar una decisión que transformó su vida, pues decidió viajar a Estados Unidos. Llegó en busca de inspiración, crecimiento y una conexión real con la música que siempre lo había movido. Hoy, a pocos días de cumplir seis años en el país, asegura que ha sido un viaje lleno de aprendizajes, desafíos y descubrimientos emocionales profundos.
“Tocar el piano es sentirlo todo, una mezcla de muchas emociones, felicidad, coraje, amor, melancolía. La música me permite expresar lo que tengo en el alma. Pero lo más hermoso es que ahora sé que puedo transmitir energía positiva. Muchas personas se me acercan a decirme que sintieron paz cuando estaba tocando y eso es indescriptible. Uno puede sanar y hacer feliz a alguien a través de lo que toca”, indicó el artista.
Enfrentar barreras
Su historia no ha sido sencilla. Como muchos artistas migrantes, James ha enfrentado barreras inesperadas, incertidumbre y momentos en los que la mente parece convertirse en el mayor enemigo. Sin embargo, su convicción espiritual, la gratitud por cada oportunidad y la fuerza de su talento lo han mantenido firme, fiel a su propósito y a la voz interior que lo guía en cada nueva etapa.
Después de recorrer escenarios donde su música ha tocado corazones, James Vincent entiende que su carrera es mucho más que notas y armonías. Es un acto de fe. Una forma de resistencia emocional. Un puente entre su origen y su destino.
“Lo más importante es vencer el cerebro de uno mismo. A veces la realidad inmediata nos engaña, pero hay que aferrarse al talento y a la esperanza, incluso en las tormentas. Yo sé que el universo y Dios me han dado un don, y sé que puedo hacer grandes cosas con él. Siempre se abre una puerta. Esta entrevista, por ejemplo, es una de esas puertas y estoy muy agradecido”, afirmó James en entrevista a Quadratín Hispano.
Con una historia que combina disciplina, sensibilidad y una profunda conexión espiritual con la música, James continúa su camino en Estados Unidos con la certeza de que cada melodía lo acerca un poco más al propósito que lo ha acompañado desde los tres años. Su historia es un recordatorio poderoso de que los sueños que nacen del alma encuentran su camino, incluso cuando ese camino cruza fronteras.
