Libros de ayer y hoy
Pentecostés, el pan y la metáfora del cuerpo
Algo que llama la atención de las festividades del primero y dos de noviembre, tiene que ver con el pan considerado como la metáfora del cuerpo, y el ser desaparecido. En todo el país es lo mismo, pero en el centro hay en la hechura del pan, un afán multiplicado en las muchas expresiones del festejo del Día de muertos. El ejemplo lo vimos en esta ocasión en al poblado de Pentecostés, una de las antiguas delegaciones de Texcoco en donde la familia en su conjunto trasluce su espíritu por los desaparecidos, en el afán del pan multiplicado. Manos en conjunto donde coinciden para amasar a un ser inanimado que al conjuro del fuego, tomará vida. La familia Díaz, repercute en muchas generaciones y agregada a otros apellidos, se junta todos los años para dar vida a ese animado acto, que estará haciendo lo mismo, en muchas casas vecinas de la cercanía de su sede, en Texcoco. En Pentecostés que recoge la mención bíblica, se nutre de esa tradición entre otros recuerdos, de un gran torero, Silverio Pérez, que por alguna razón comprensible, torea la masa del recuerdo en un pan sin sangre ni agresiones.
El PAN DE MUERTO TOMA MUCHOS CUERPOS, FORMAS Y DIMENSIONES
La tradición se ejerce en un cuarto largo donde transitan adultos, niños, gallinas, gallos, perros y una multitud de situaciones, para sacar la masa, ponerla sobre una mesa de madera y a partir de ahí ser manipulada por una profusión de manos que aplastan, giran, aprietan y se mueven en un solo ser, que se va transformando al conjuro del movimiento, el azúcar, la canela y otros ingredientes que apabullan a la ofrecida masa, pero la transformación se va dando. Al rato, aquel polvo inanimado lo sigue siendo, pero ahora en una masa redonda o bien aplanada y transformada en pequeñas bolas que irán tomando forma. Es ahí donde los creadores exponen su talento y tanto Odette Castelao la química, como Tere Diaz, Salvador Díaz el cineasta, su hermano el doctor Leopoldo Díaz y todos los dueños de las manos amasadoras, Dorotea repetida en dos bellos rostros, Martha en la defensa del fuego, Úrsula la muy bella y sus dos hijitas y así se van dando muchos más, hasta casi cubrir las muchas mesas apiladas, para dar pie a un nacimiento: elefantes, gatos, payasos, flores, corazones, manzanas, plátanos, rostros sonrientes, páginas de ibros y la portada libresca de algún anhelado escritor. Ya en el fuego se configura de color café para ser mutilados a mordiscos por sus creadores. Paradoja, el que crea es el que destruye. Pero en este casi lo hace en la secuela de la propia creación, para dar vida a una tradición.
TRADICIONES QUE NO GENERAN HORRORES NI PELIGROS ABSURDOS
Solo una hora separa al poblado de Pentecostés, de la capital de la República. Pero mientras los gallos cantan en la tarde del primero de noviembre y gallinas de todos los colores se mezclan con perros enanos, junto a las mesa donde se hace el pan de muerto, en la capital todavía retumba la agresión insólita de los motociclistas que crearon el pavor en la calles de las ciudad de México. Y todos en plena violación, agresión y desplantes, poniendo en peligro a personas, animales y cosas, con la férula de un rito que almacena también la violencia. Ante la tranquila tarde en Pentecostés, mientras el pan como ritual se pontificaba, muy cerca, la gente aún respiraba ante el anuncio de otra locura permitida de motociclistas. La visión en unas mesas con niñas que crean figuras y de hombres y mujeres que tienen diversas disciplinas pero se ponen a amasar un cereal que será creativo, es la contradicción de quienes vulneran, agreden y destruyen normas, para ofrecer el otro rostro de la tradición. Con ejemplos de ese tipo en este día del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, la opción para escoger nos lleva a un pan humeante.
