La solidaridad que no descansa
Durante las fiestas decembrinas, tener a un familiar hospitalizado vuelve el tiempo más lento y pesado. Mientras muchos celebran en casa, otros pasan horas y noches enteras en salas de espera, entre la incertidumbre médica y el cansancio físico y emocional. En los hospitales públicos, esa experiencia se vive con mayor intensidad.
En medio de ese escenario ocurre algo que merece ser nombrado. Afuera de los hospitales, personas solidarias —de manera individual o desde asociaciones civiles— se organizan para ofrecer alimento limpio, bien presentado y entregado con bondad. Un sándwich, una rebanada de pastel, una sopa caliente, café o chocolate que reconforta el cuerpo y el ánimo. No es solo comida: es cuidado.
De ese alimento no solo disfrutan los familiares de los pacientes. En muchas ocasiones también lo reciben enfermeras, paramédicos y jóvenes médicos que realizan su internado. Ellos, que sostienen jornadas extenuantes y descansan apenas unos minutos entre turnos, aceptan ese café o esa sopa como un respiro breve, pero significativo, en medio del agotamiento.
Como ha señalado Arthur Kleinman, la enfermedad no es únicamente una condición biológica, sino una experiencia profundamente social (Kleinman, 1988, p. 5). En ese sentido, estos gestos alivian algo más que el hambre: acompañan la espera y restituyen dignidad.
Al preguntar a quienes ofrecen estos alimentos cuál es su motivación, las respuestas se repiten. Algunos vivieron antes una situación similar y recuerdan que nadie les tendió la mano; otros agradecen a quienes sí los ayudaron en su momento más difícil y hoy buscan devolver ese gesto. No hablan de caridad, sino de memoria y gratitud.
Esa solidaridad se vuelve aún más evidente dentro de los hospitales. En salas reducidas, separadas apenas por cortinas, el espacio alcanza solo para una cama y, con suerte, un banco incómodo para el familiar cuidador. Llamó mi atención un área donde aún se utilizan sillas-cama donadas en la década de los ochenta, diseñadas para encajar perfectamente en esos espacios mínimos y permitir que un familiar pueda dormir junto al paciente. Son donaciones antiguas que siguen cumpliendo una función esencial.
Estos gestos contrastan con una violencia silenciosa que persiste en muchos espacios públicos: la aporofobia. Adela Cortina la define como el rechazo, la aversión o el desprecio hacia el pobre, hacia quien parece no tener nada que ofrecer a cambio (Cortina, 2017, p. 28). En los hospitales públicos, esta actitud se refleja cuando la precariedad se normaliza y el sufrimiento se vuelve paisaje.
Frente a esta realidad, la solidaridad ciudadana no debería ser la única respuesta. Es indispensable apostar de manera seria por la medicina preventiva, fortalecer la infraestructura hospitalaria y destinar un mayor presupuesto a los hospitales públicos. Se requieren más quirófanos para evitar retrasos innecesarios en cirugías, más personal especializado y mejores condiciones laborales para el personal de salud. También es urgente actualizar el cuadro básico de medicamentos para garantizar tratamientos eficaces y seguros. La atención médica no puede seguir siendo una ecuación en la que se alivia un padecimiento mientras se daña otro órgano por falta de opciones terapéuticas adecuadas.
Porque en esos pasillos fríos, donde la espera se alarga y el cansancio pesa, un atole o un pan dulce pueden significar mucho más que alimento. Son una pausa, un reconocimiento, una forma de decir no estás solo. En cada sándwich entregado con cuidado, en cada chocolate ofrecido al anochecer, se afirma una humanidad que resiste incluso en los espacios más duros.
Tal vez por eso este fenómeno resulta tan nuestro. En México, la solidaridad no siempre se anuncia: se sirve caliente, se ofrece en silencio, se comparte sin pedir nada a cambio. No resuelve el dolor ni sustituye las carencias del sistema de salud, pero acompaña. Y a veces, en medio de la enfermedad y la incertidumbre, acompañar es lo único y lo más valioso que se puede hacer.
Referencias
Cortina, A. (2017). Aporofobia, el rechazo al pobre: Un desafío para la democracia. Barcelona: Paidós.
Kleinman, A. (1988). Las narrativas de la enfermedad: sufrimiento, sanación y la condición humana. Nueva York: Basic Books.


