Santos Frassati y Acutis, asumir el contexto

Los primeros santos canonizados del papado de León XIV son dos singulares jóvenes italianos. Ambos crecieron y realizaron sendos apostolados al pie de los Alpes, uno al inicio y otro al final del convulso siglo XX: Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis. Con casi un siglo de distancia entre ambos, estos peculiares varones expresaron y experimentaron, cada uno en su tiempo, un sentido de trascendencia a muy temprana edad y, por ello mismo, fueron signos discordantes para las expectativas de sus respectivas épocas.
Pier Giorgio Frassati (Turín, 1901-1925) nació en el seno de una familia italiana reconocida y acomodada, con capital económico y cultural proveniente de altos privilegios. Su padre fue dueño y director del icónico periódico italiano La Stampa; su madre, una pintora reconocida en las altas esferas del mercado y de la monarquía reinante.
Su hagiografía reconoce que Pier Giorgio no fue un alumno descollante ni siquiera muy dedicado, no terminó la educación superior e incluso fue algo decepcionante para sus padres quienes esperaban que, aunque no sobresaliera, por lo menos supiera aprovechar las oportunidades que su posición de prestigio le daban.
El joven Pier Giorgio, sin embargo, encontró su lugar entre amigos humildes y sirviendo a los pobres, en las actividades simples al aire libre y en la oración comunitaria. En su biografía destaca además la importancia de la amistad, formó y participó en grupos y círculos de amigos y colegas a los que les puso nombres satíricos como “Los Sospechosos” o “Los Estafadores de la Compañía de Chicos Fastidiosos”. Pero, sobre todo, en medio de la locura fascista, Frassati tomó partido por los humillados y por la sociedad sufriente. Murió a los 24 años contagiado de poliomielitis; se cuenta que a su funeral acudieron muchas personas marginadas y pobres, lo que conmovió profundamente a su padre.
Lejos ya del furor por el nacionalismo fascista, Carlo Acutis nació y creció al final del siglo (Londres, 1991 - Monza, 2006) en el pináculo de las expectativas de la globalización. Durante su corta vida se relata que tomó interés y pasión por las prácticas religiosas y las devociones católicas. Se afirma que a muy temprana edad ya tenía asiduidad para participar de la Misa, del Santo Rosario, de la confesión, el catecismo, el voluntariado y especialmente por la divulgación de la fe cristiana, los milagros y los santos.
En el mundo que iniciaba su senda de hiperconexión y el desarrollo exponencial de la Internet, Carlo utilizó las herramientas que comenzaban a popularizarse entre los jóvenes (el ordenador, las videocámaras digitales, la programación y las páginas web) para divulgar Milagros Eucarísticos y vidas de los santos.
El niño Carlo, con los medios y las tecnologías que han configurado la vida social e individual moderna, eligió no sucumbir a las tentaciones de la hipermodernidad, el individualismo, el consumo o la obsesión por el presente; por el contrario, llevó una vida de santidad alegre y con esa certeza espiritual que se manifiesta en sus múltiples apotegmas: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”, “La Eucaristía es mi autopista al Cielo”, “La tristeza es mirar hacia uno mismo, la felicidad es mirar hacia Dios” y “Lo único que debemos pedirle a Dios es el deseo de ser santos”. Murió a los 15 años víctima de una leucemia fulminante. Tras su muerte, su madre experimentó una exaltación espiritual para promover la vida de santidad de su hijo y los sueños proféticos que él le ha regalado.
La creciente popularidad de los santos Frassati y Acutis quizá se deba a que no tienen la severidad mística o la gravedad espiritual de algunos santos católicos tradicionales. Por el contrario, se entrevé que, en el interés de servir a la comunidad, Pier Giorgio no renuncia al humor, a cierta rebeldía y hasta a la picardía propia de los jóvenes de la época; y en Carlo, se trasluce la inocencia y el asombro de un niño ante las maravillas de la cultura global, la telecomunicación y la informática. En ambos, la forma en que asumieron su corta vida se puede sintetizar con la máxima cristiana de “vivir en el mundo pero no ser del mundo” y recuerdan que la espiritualidad del creyente no reniega del contexto que le toca vivir; por el contrario, la asume y la ilumina con una actitud alegre y comprometida.
Frassati y Acutis también nos hacen recordar que en la historia jamás ha habido tiempos sencillos; y que las dificultades de cada época a las que muchos se deben enfrentar con grandes debilidades (pobreza, enfermedad, ignorancia, discriminación, etc.) no se solucionan ni con los meros avances tecnológicos ni desde las tentaciones ideológicas de superioridad. Nos recuerdan que disponemos de un breve tiempo en esta vida terrena para vivir en paz y alegría; para dar auxilio al que lo necesita y compartir la fascinación por lo extraordinario de este mundo; para donarse en cuerpo y alma, no en ilusorios progresos ni en espejismos nostálgicos, sino en el presente, entre los nuestros; asumiendo el fugaz y retador, complejo y maravilloso, contexto de nuestros días.
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