Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Hogar-Home: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-8/
- Raúl descubre que el viejo Joaquín alberga a algunos abecedarios que acaban de cruzar la frontera.
- Mientras todos atestiguan el atentado terrorista de las Torres Gemelas en Nueva York, Raúl descubre que Micke, el Coyote, abandonó al Seco a su suerte para que muriera de sed en la frontera.
Capítulo IX, Intimidades
Lucero entró radiante al apartamento cuatro seis cinco de Carrillo San Pascual Street. Ya casi eran las diez de la noche cuando abrió la puerta. En el interior, Priscila, don Eustolio y su insoportable hija Evelyn no se despegaban del televisor. Lucero no recibió ningún saludo, así es que tomó el diminuto pasillo que separaba la sala-comedor de dos recámaras más. En la recámara del fondo se encontraba Julieta y Josefina que escuchaban bajito un CD de los Tigres del Norte. “¿Qué onda Lucero, conseguiste chamba?”, le preguntó Julieta. “Aún no”, respondió Lucero, “pero me encontré algo más interesante que cualquier trabajo en los Estados Unidos”. Las dos chicas apagaron el modular preparándose para una larga confesión. “Me encontré”, continúo Lucero, “a aquel ingeniero que estuvo en el pueblo cuando el pleito con los federales, ¿se acuerdan? El fachosito ese que siempre usaba un saco color caqui y una corbata a rayas azul-amarillas”. Josefina la interrumpió. “¿Y qué hace aquí el catrincito ese?”. “Pues hace exactamente lo mismo que nosotras, buscar trabajo de ilegal”, les informó enfática Lucero. “¿Qué?”, intervino Julieta, “¿cómo que anda buscando trabajo? Pues que ya de plano estamos tan mal en México, que hasta los que no están jodidos se vienen para acá a hacer su luchita”. Lucero les contó que Raúl, “porque así se llama el catrincito ese”, les precisó, “se acababa de divorciar, que su esposa le había limpiado las cuentas y las tarjetas de crédito y que prácticamente lo había dejado hasta sin perras”. “Ten cuidado”, dijo Julieta, “porque a mí se me hace que ese hombre es peligroso. Allá en México, yo lo vi platicar con los guachos, con el viejo ratero del Melquiades y hasta con las autoridades del pueblo. Como quien dice, lo vi hacer y deshacer tratos con todos. Ya ves que dicen que el que a muchos amos se arrima con ninguno queda bien”. “¿Y qué Lucero, ya encontraste por fin a tu viejito, o todavía no lo hayas?”, dijo burlona Josefina. “Pues fíjate Pina” contestó Lucero, “que viejito, viejito, pero bien pesudo y cumplidor”. “Pues ni tanto, manita”, intervino Julieta, “ya ves que hasta tuviste que venir a buscarlo para ver si lo podías regresar al pueblo, aunque fuera por unos días”. “¿Quién les dijo que yo quiero regresarme a San Abedece? El pueblo es bonito, allá nací y en él vive toda mi familia. Pero de regresarme ni madres. ¿Cuándo voy a tener las oportunidades que tengo aquí? Nunca he pensado si quiera en regresarme al pueblo”. En la sala del apartamento, la televisión mostraba al presidente George W. Bush dando un mensaje a la nación, en el que les prometía que se iban a destinar todos los recursos necesarios para descubrir a los culpables de los atentados terroristas en las Torres Gemelas y en el Pentágono. Lejos, pero no tanto de donde estaban las chicas, Raúl soñaba con los ojos y la sonrisa perfecta de Lucero.
La Casita, Ciudad de México, 9 de junio de 2025.
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