Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo God Bless America: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-7/
- En el asiento de un avión, dos coyotes de San Abedece se platican sus fechorías. El Micke cuenta que ayudó a la Lucero a cruzar la frontera y que el pago no fue precisamente con dinero.
Capítulo VIII, Hogar-Home
“¿Muchacho, ya sabes lo que pasó?”. Me preguntó el viejo Joaquín cuando regresé de trabajar. “No, ¿qué pasó?”. “Pues que les pusieron en la madre a los rascacielos de Nueva York”. Me acerqué a la sala para poder ver la televisión. En la mesita de centro varias latas de cervezas vacías, un bote de leche medio lleno, jugo de naranja abierto, tostis y pedazos de pizza que evidenciaban que el viejo llevaba todo el día pegado a la televisión.
En la pantalla se reproducía el momento justo en que un avión de una línea americana, se estrellaba en una de las torres gemelas del World Trade Center. El reportero narraba, como minutos antes de esta escena, otro avión se había impactado en la primera torre del complejo de comercio. Luego, te dirigiste a tu cuarto y al abrir las puertas te encontraste a cuatro personas acostadas en una cama individual; tres acomodadas normalmente y una horizontal sobre los pies de los otros.
En el piso, dos más se hacían ovillo sobre la duela de madera. En tu grabadorita sonaba bajito un casette: “No quiero irme sin antes recordarles, que si yo muero muy lejos de mi amor, lleven mi cuerpo dormido a mi tierra, San Abedece mi pueblo si señor…” Te acercaste despacio al aparato y apretaste el stop. Luego, después de librar el laberinto de cuerpos, te devolviste a la sala a ver al viejo. “¿Qué significa lo de mi cuarto don Joaquín?”.
El viejo mantenía los ojos fijos en la pantalla que ahora mostraba las imágenes del Pentágono incendiándose por otro atentado aéreo. “¿Qué dijo amigo Raúl?”. “Que, qué significa eso de mi cuarto?”. “Ah, se refiere usted a los paisanos que están descansando. Acaban de llegar de mi pueblo, cruzaron anoche la frontera a pie y venían bien agotados. Se quedarán aquí unos días, es que sabe es un favor que le debo al Micke, uno de mis compadres coyotes de San Abedece, pero usted puede ocupar mi cuarto si lo desea, a mí el sillón me es suficiente, además de que no pienso despegarme de la televisión todo el día”.
Luego de dos cervezas, escuché la barahúnda de los abecedarios que abandonaban mi cuarto. Mientras todos manteníamos los ojos fijos en el noticiero televisado, uno de los abecedarios me contó que Micke, el Coyote, había abandonado al Seco a su suerte, que por eso se había muerto de sed. Y que además de agua, lo último que dijeron sus labios secos fue “hogar”.
La Casita, Ciudad de México, 6 de junio de 2025.
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