Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Die: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-5/
- Raúl consigue el empleo en la petrolera Venoco, ahí conoce a Ricardo.
- Ricardo le cuenta a Raúl sobre Jorge, uno de los coyotes de San Abedece, que se ha enriquecido aprovechándose de la necesidad de los abecedarios.
Capítulo VI, Fiesta
Lo primero que viste al abrir la puerta del apartamento fue al viejo Joaquín despatarrado en el sofá de la sala. Estaba todo lleno de barro y olía a cerveza. Tan cansado estaba que no se dio cuenta que habías llegado. Hiciste el menor ruido posible para que no se despertara, pero luego que el viejo dio un ronquido que casi lo asfixia, despertó sobresaltado. “¿Qué pasó muchacho en qué andas metido que no te vi salir en la mañana?”. Al parecer, se te quería adelantar a la pregunta que tú tenías que hacerle.
“Así que dígame usted don Joaquín, ¿me va a decir que diablos se trae con ese jale de la pistola?”. El viejo se quedó nomás mirando con un gesto que se podría traducir como, para qué te cuento lo que no puedes entender, pero finalmente dijo: “Andaba arreglando cuentas con la historia”.
Luego del encuentro con Joaquín, Raúl decidió salir a caminar. Ya en la calle y rumbo a la parada del bus, viste delante de ti a una mujer de caderas regulares, talle estilizado y, una hermosa cabellera negra, que como crin de caballo le acariciaba la espalda. No sabrías explicar bien a bien por qué, pero lo primero que se te vino a la cabeza fue que a esa muchacha ya la habías visto antes. Ella caminaba despacio, como cuando uno no tiene a donde llegar y lo menos que le interesa es que el camino se acabe. Tuviste que disminuir el ritmo para colocarte detrás de ella, te fue inevitable mirar la desnudez de sus hombros que quedaban descubiertos por una ligera blusa de tirantitos y, deshaciéndote de todo prejuicio absurdo, te pusiste a mirarla.
“¿Disculpe señor, lo conozco?”. Le respondiste deteniendo los deseos de salir corriendo. Tuviste que digerir rápidamente, tan veloz como un procesador de computadora moderna, que efectivamente para aquella joven tú eras señor; ¿cuántos años le llevarías?, ¿quince?, ¿doce? O sea que cuando tú terminabas la secundaria ella era una tierna, dulce y delicada bebé. Sin embargo, te armaste de valor: “Claro que la recuerdo, vi un par de veces esos ojos color de almendra que nunca podré olvidar”. Al contrario de que se ruborizara, la respuesta ahora te desbalanceó a ti: “¿Qué son las almendras señor?”, dijo con sus labios barnizados de lipstick rojo.
La Casita, Ciudad de México, 30 de mayo de 2025.
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