Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Die https: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-4/:
- El viejo Joaquín llega a Tijuana. Micke, el Coyote, le entrega a Pedro.
- De esa noche, lo último que recordará el viejo Joaquín es el destello de la nueve milímetros mientras se clavaba en medio de los ojos de Pedro. La cuenta del pasado estaba saldada.
Capítulo V, Employment
Raúl ya tenía experiencia en eso de buscar empleo. En los dos meses que llevaba en Santa Barbara, le había tocado trabajar como jardinero en un hotel de cinco estrellas, vender hamburguesas en el Mac Donalds, despachar desodorantes en una K-Mart y hasta promocionar computadoras en el Circuit City. Así que ya no lo ponía ni tantito estresado eso de presentarse a una entrevista para ver si conseguía trabajo. Lo que lo mantenía preocupado esa mañana era que el viejo Joaquín no hubiera llegado a dormir y sobre todo que, se hubiera llevado el arma consigo. El bus lo dejó al final de la avenida Hollister, así es que tuvo que caminar unos dos kilómetros para llegar a la planta petrolera de la Venoco. La security de la entrada le preguntó que a dónde se dirigía y él respondió en un mal inglés que tenía cita con Mr. Timoty, para ver si le daban empleo. Afortunadamente Mr. Timoty estaba por ahí cerca y con su pésimo español te gritó: “Pásale amigo es por acá”. Junto al gringo se encontraba un hombre bajito, moreno y con el pelo enmarañado. “Rush te presento a Ricardo, él es mexican como tú, y en caso de que seas aceptado en el trabajo será tu compañero”.
Luego del recorrido y las preguntas, el gringo te aceptó en el empleo. Ricardo te acompañó a la salida mientras te platicaba que esa tarde iban a trasladar al Seco a México. Te explicó que Jorge lo había dejado morir en el desierto. Raúl supuso que Ricardo le hablaba con tanta familiaridad porque lo consideraba como un abecedario adoptado. “¿Quién es Jorge?”, le preguntaste a Ricardo. Él te contó que Jorge era el Coyote de San Abedece, aunque te aclaró que no era el único, que había por lo menos cinco más. Que se estaban hinchando de dinero con lo que les sacaban a los abecedarios que soñaban con ir al Norte. Cobraban de a dos mil dólares y por lo menos cada mes hacían un viaje con diez paisanos. “Pero, ¿qué eso no es un delito grave?”, preguntaste ingenuamente. “Ay amigo, usted sabe que allá en la frontera todo es corrupción y tranza. Dicen que el Jorge ya está conectado con las mafias, que nomás les pasa su mochada y ellos se hacen de la vista gorda”.
Libro para préstamo a domicilio en: https://catalog.lib.unc.edu/catalog/UNCb6118809
La Casita, Ciudad de México, 26 de mayo de 2025.