Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Casa: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-3/
En Santa Bárbara, Raúl se encuentra al viejo Joaquín de San Abedece que lo invita a vivir a su casa.
Raúl recibe una llamada para don Joaquín de parte de Micke, el Coyote, avisando que su encargo está en la frontera.
Joaquín sale apresurado de su casa con la pistola fajada en la cintura.
Capítulo IV, Die
Al viejo Joaquín el camino a L.A. siempre se le había echo aburrido. Por eso decidió comprarse una troquita para siquiera distraerse manejando. En México nunca lo había intentado, pero luego que vio los carriles tan anchos del Freeway pensó, que en los Estados Unidos cualquiera manejaba. Miró por el espejo retrovisor y lo deslumbró un auto deportivo que casi se embarraba en la defensa trasera de la camioneta, pero eso no lo impresionó tanto, como cuando sus empequeñecidos ojos azules lo miraron por el espejo. Esos mismos ojos azules, pero más grandes, tenía el Isaac cuando lo mataron. Siempre se preguntó por qué el chamaco se había metido en el pleito de tierras si ni siquiera a él le correspondía. Total, la tierra era del abuelo y tenía más hijos que podían defenderla.
“¿Qué hay Micke, qué me tienes? Okey, okey. Será mejor que nos veamos en Tijuas, ahí mero en los canales. Calcúlale como a las doce, es que ya ves como se pone el Freeway los fines de semana”.
Pedro salió corriendo del hotel, se había quedado dormido y tenía el tiempo justo para llegar a la cita con el Micke. “¿Qué pues vato, yo pensaba que ya te habías rajado?”. Recibió Micke a Pedro que jadeando se acercó a saludarlo. “¿Y qué, donde están los demás?”. “Tranquilo carnalito, ya nomás estamos esperando a otro, esta noche sólo vamos a pasar poquitos al other side”.
El Micke se dirigió a Pedro para decirle: “¿You remember man?, aquí te presento a un viejo conocido tuyo”. Pedro empezó a sudar frío, la extraña actitud de los hombres lo previnieron de que algo andaba mal. “Pedrito”, dijo el viejo Joaquín, ¿ya no te acuerdas de tu pueblo?”. Pedro escuchó con atención, ya casi tenía en la boca el nombre de quien le hablaba. Un rayo de luna iluminó los ojos azules del viejo. Joaquín quería terminar pronto con esa noche. Así es que desenfundó la pistola que reflejó lucecitas como puñales que se le clavaron en los ojos a Pedro. Los siete tiros picotearon a Pedro como aguijones de abejas africanas. El ruido de los disparos se confundió con el estruendo del agua al llenar el canal.
Libro para préstamo a domicilio en: https://catalog.lib.unc.edu/catalog/UNCb6118809
La Casita, Ciudad de México, 22 de mayo de 2025.