Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Barro https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-2/:Pedro, matón de San Abedece y padre del Seco, espera en un hotel de Tijuana al Coyote que le ayudará a cruzar la frontera. Mientras lo hace recuerda como puso una bala entre los dos ojos azules del Isaac.
Capítulo III, Casa
A Raúl le sorprendió recibir una llamada telefónica tan tarde. Pero lo que más lo destanteó fue lo que le dijeron: “Dígale a don Joaquín Ordoñes que ya tenemos a su pollito en Tijuana, que se prevenga con el money porque esto está very hot”. Recibí la llamada ya más encandilado por el Norte, recordé como compré un boleto para Tijuas, obtuve una visa falsa y crucé en Greyhound por el puente hasta los Angeles y luego de allá salté para Santa Barbara. Y parece que acerté, porque quién lo iba a decir, me encontré al viejo Joaquín aquí mismo. Ya luego el viejo me preguntó, ¿qué si a poco yo no sabía que casi la mitad de la gente del pueblo se viene a Santa Bárbara de ilegal para buscarse una buena camba?, como le dije que no, me explicó que desde los años setentas algunos de San Abedece escogieron esta bahía para trabajar como jardineros, como sirvientes en las casas ricas, o bien atendiendo alguna tienda comercial o restaurante. Que desde entonces es imparable el flujo de abecedarios que vienen para acá. “Es más”, dijo, “una vez que se aclimate, lo voy a llevar a que caminemos por la State st., que es la calle principal de esta ciudad y va usted a ver una bola de gente del pueblo, a lo mejor ya no se acuerda de ellos, pero seguro que los que lo vean por acá sí se acordarán de usted. En mi pueblo nunca olvidamos a los fuereños que van a meterse en nuestros asuntos”. No supe si lo último que me había dicho el viejo era una advertencia o sólo un comentario para marcar la distancia.
Cuando llegó el viejo a la casa le dije lo del recado. Sin responderme nada se metió a su cuarto. Y luego salió con un impermeable gris. “Nos vemos”, me dijo cuando cruzaba la puerta, “todavía tengo asuntos que arreglar”. Mecánicamente lo abracé y pude sentir el bulto inconfundible de una pistola que traía fajada en el pantalón. Al salir cerró la puerta con un azotón.
Luego, otra vez el teléfono: “Bueno, ¿no está el viejo?”. “No. ¿Quién lo busca?”. “Mire, soy de San Abedece, dígale que el Seco, el hijo de don Pedro, se murió en el desierto y que todos los paisanos estamos haciendo una coperacha para completar el pago de su traslado a México. Dígale que cuando llegue me hable”.
El ruido de una gaviota que se estrelló en el vidrio de la sala me puso en guardia, mis músculos rígidos se prepararon esperando lo peor.
La Casita, Ciudad de México, 19 de mayo de 2025.