Muros de sed

De raíces, fronteras y otros espejismos
En la entrega anterior del capítulo Time out: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-20/
- One, two, three, four, five, six, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno. Raúl, Lucero, el viejo Joaquín, Micke el Coyote, los otros Coyotes y Ricardo están en la línea esperando el disparo para correr la última carrera de su vida.
Capítulo XXI, Ultimátum
Un azotón de puerta despertó de golpe a Raúl. Tenía poco de haberse quedado dormido en el sillón de la sala. En su sueño, Lucero lo miraba con la profundidad del mar. Era como un close up de una cámara de cine. Los ojos llenaban la pantalla, sin parpadear ni nada. Sólo quietos, mirándolo. Y el audio en off sólo con respiración agitada, casi jadeante. El ruido de la madera estrellándose contra el marco de aluminio provocó que la imagen se disolviera, como un cristal que se rompe en mil pedazos. Tantos, que sería inútil intentar siquiera pegar los fragmentos con Crazy Cola Loca. Lo primero que vio cuando abrió los ojos fue la cara del viejo Joaquín. Todos los años se le habían juntado en unos días. Retrato de Dorian Grey. “Ponte como quieras ponte Dorian Grey”, fue lo primero que se le ocurrió decirle al viejo. Siempre, aún en los momentos más apremiantes, se le venía a la cabeza una cantidad de pendejadas que a veces no las podía controlar y las soltaba como ahora. El viejo no lo escuchó o no quiso escucharlo. Se le quedó mirando fijamente con esos ojos opacos que empezaban a espantar a Raúl. Luego, en el mutismo total, se dirigió al refrigerador para sacar una cerveza. La destapó con maestría y de un trago vació el contenido.
No moviste ni un pelo. Seguiste en la misma posición en que te había encontrado el viejo. No sabías qué hacer y por primera vez te sentiste en casa ajena. Quisiste recordar la intimidad que tenías en la casita propia. Pero hacía ya tanto tiempo que no tenías nada tuyo que se te había olvidado. El viejo se sentó en el sillón individual y volvió a mirarte. Empezabas a fastidiarte por la escena. Así que, levantándote de un sólo movimiento te dirigiste al baño. Frente al espejo, tu cara se negaba a lavar la modorra de la tarde. Al salir, el viejo seguía en el mismo lugar: Freeze. El sillón reclamaba tus carnes, no lo despreciaste. ¿Y qué, don Joaquín, cómo lo ha tratado la vida? Era tarde cuando recapacitaste que esa era la peor pregunta que le hubieras podido hacer. El viejo soltó un suspiro, apuró un trago a la segunda cerveza del día y con una voz delgada contestó: “No tan bien como quisiera. Pero ¿qué otra? La vida es así. No más”. Y siguió mirándote. Algo quería decirte pero no se atrevía a hacerlo. Debajo del chaquetón de gamuza, la cacha nacarada de la pistola se insinuaba indiscreta.
“Eso me pasa, chamaco. Quise hacerme el valientito para desmadrar mi pasado y ahora estoy que no me la acabo”.
Luego, se quedó otra vez callado. Ojos opacos, mirada fija. Estuvimos así un largo rato. Él en pausa y yo, más asustado todavía. ¿Pues no que los hombres de campo no tienen tiempo para pensar en intríngulis existenciales? ¿Alguien lo estaba manipulando? El viejo no podía pensar así.
Como si un plazo se hubiera cumplido, miró su reloj y me dijo: “Me voy, muchachaco. Ojalá y que todavía no sea demasiado tarde”. Cerró la puerta de un golpe, nada más para abrirla de nuevo. “Ah, muchachaco me dijo una tal Lucero que esta tarde te esperaba en la playa de Goleta. En esa desde donde se mira la plataforma petrolera de la Venoco”. Me sonó como a ultimátum. Tal vez era hora de que las cosas se fueran arreglando. Tanta incertidumbre apesta.
La Casita, Ciudad de México, 21 de julio de 2025.
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