Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Killer: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-11/
- Raúl reflexiona sobre lo doloroso del exilio.
- Marquitos, un niño dealer, le deja un mensaje en la contestadora al viejo Joaquín. Perdió la droga, lo persiguen para matarlo.
Capítulo XII, Line, líneas
El polvo blanco se desliza por la superficie de cristal. Una navaja lo junta en una montañita de nieve. Luego, con maestría, simulando un buldózer, la desvanece. Dos movimientos más y unas perfectas y níveas líneas se distribuyen en la mesa. El diente de oro se refleja en el cristal. El hombre acerca directamente su nariz a la mesa y aspira profundamente una de las líneas blancas. “Ah cabrón, está rebién buena”, dice, mientras se tumba en un sillón de piel negra. “Ya sabes Micke, aquí pura calidad. Esa pinche droga colombiana pura madre. ¿Está chingona o no, man?”. Desde el sillón, el hombre ha empezado a viajar, los ojos no atinan a detenerse en ningún sitio y su cara se vuelve de plástico.
“Ven acá Miguelito, ven acá”. Escucha una voz de mujer que lo conmina para que vuelva atrás, donde una puerta se cierra. Micke, no ve directamente lo que ha quedado encerrado tras la puerta. Pero se imagina que la dueña del grito es su madre. Esa mujercita pequeña de piel apergaminada que andaba a tientas por todo el pueblo. Era maravilloso ver como esa mujer ciega era capaz de sortear todos los obstáculos de las pequeñas veredas y picadas de San Ignacio. Algo no le cuadra en el recuerdo al Micke. No sabe qué es pero empieza a molestarle mucho la nariz y la mirada indiscreta de unos cuantos cabrones que lo rodean para mirarlo. Miguel no logra acordarse de su casa. Pero está seguro de algo. Su casa nunca tuvo puerta. Sólo recordaba un marco de madera apenas cubierto por un nylon negro. Es curioso, pero no puede recordar más que ese plástico. “Carnal, carnal, cálmate”, siente un par de cachetadas que le desacomodan los recuerdos. “Güey, güey, te digo que está very heavy este polvo. Vuélvete. Vuélvete”. El Micke empieza a regresar, es una televisión que ha dejado atrás las líneas horizontales para volver a agarrar la onda. Lo primero que ve es la cara abotagada del José y el enorme crucifijo de plata que cuelga de su cuello y que amenaza con golpearle la nariz. “Ya man, basta. Sácate de aquí con tu madre esa de plata, no ves que puedes sacarle los ojos a alguien”. José se indigna. No puede soportar que alguien se mofe de su fervor religioso. Ya repuesto, pregunta: “Oye José, ¿cuántas grapas me tocan ahora?”.
—“Las que quieras Micke, ya sabes que contigo tenemos cartera abierta”.
—“Últimamente he estado rolando por las playas que están cercanas al barrio de los escuelantes y parece que puede prender bien el negocio”.
—“Ten cuidado Micke, luego hay mucha placa por ahí, no vaya a ser la de malas y te pepenen”.
—“No. Sí cuidado tengo. Yo ni siquiera me acercó por ahí. Conozco a unos chavalines que son los que me mueven el polvo”.
—“¿Chavalines man? ¿Dejas 5000 dólares en manos de escuincles?”.
—“Calma man. Calm, it doesn´t pass anything”.
—“No mames, pinche Micke, no chingues que pierdes esa lana. Ya sabes como son los bolillos cuando te metes con su money”.
—“Don´t tremble José, I know that I make”.
—“Ya deja de hablar en inglés, pinche naco, te lo digo de veras, tú pierdes la droga y nos lleva la chingada. Adiós protección en la frontera”.
La Casita, Ciudad de México, 19 de junio de 2025.
Libro para préstamo a domicilio en: https://catalog.lib.unc.edu/catalog/UNCb6118809