Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Intimidades https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-9/:
- Lucero les cuenta a sus amigas que se encontró a Raúl en las calles de Santa Bárbara.
- Las amigas le preguntan si ya encontró al viejo Joaquín, su esposo.
- Lucero les confiesa que nunca ha pensado en devolverse a México.
Capítulo X, Junturas, Join
El 4 de agosto se celebran en Santa Bárbara “los días españoles”, desde el viernes y hasta el domingo la ciudad se viste de carnaval. En el centro de Santa Bárbara se lleva a cabo una fiesta american way of live, con güeritas flaquísimas, de faldas cortas y piernas largas, que se la pasan todo el tiempo a grito abierto y de gringos en bermudas con caras permanentemente embotadas por el alcohol, que por aquellos días corre por todas partes. En Milpas street se encuentra localizada la iglesia de la Guadalupe, un lugar donde se reúne la “raza” para celebrar los días españoles muy a la mexicana. Esta fiesta se convierte en una verdadera expresión de resistencia y vanguardia de la cultura en el exilio. Es ahí en donde todos los abecedarios se juntan para tomar cerveza, bailar unas cuantas rancheras-gruperas y sobre todo para enterarse de los nuevos chismes del pueblo. Yo le dije a Lucero que por qué no íbamos a la “Guadalupe”, que a lo mejor ahí encontrábamos a alguien que la pudiera recomendar en un trabajo. Le informé que de acuerdo a lo que me habían contado el ambiente se ponía bien y que vendían una gran cantidad de comida mexicana para que no extrañara San Abedece. Lucero se me quedó mirando con esos ojos que siempre dicen más que su boca y luego me enseñó su hermosa sonrisa para decirme: “Sí, vamos, total, de cualquier manera, ya todos deben saber que ando por acá.” Ya no quise preguntarle a Lucero por qué no quería que la gente de San Abedece se enterara que estaba en Santa Barbara, pero también tuve claro que era imposible que a estas alturas alguien no lo supiera.
Esa mañana, al salir de mi cuarto libre de abecedarios, le pregunté a don Joaquín, que si no iba a ir a la “Guadalupe”. Y me contestó que a lo mejor un rato en la noche. Luego con su risa chimuela me interrogó que con quién iba a ir, yo le dije que con una amiga que había conocido. “Ándele amigo Raúl, tan pronto se consiguió compañía acá en el gabacho.” Sólo le respondí con una sonrisa forzada, pero nunca le dije que era con Lucero con la que iba a conocer la famosa fiesta de la Guadalupe.
Cuando llegamos a la Guadalupe ya casi era de noche, Lucero estaba tensa, pero trataba de ocultarlo. Apenas nos habíamos acomodado a un lado del escenario improvisado, en el que una niña mexicoamericana imitaba a la cantante texana Selena, cuando me percaté que venía llegando el viejo Joaquín. Con él, tres hombres: uno joven, moreno y vestido con camisa de franela a cuadros, bermudas y tenis; otro más, maduro, moreno, chaparro, pantalón de mezclilla, camisa vaquera y botas, un enorme crucifijo le cubría la mitad del pecho; y otro que, cuando se reía, enseñaba un diente de oro y que se me figuró que ya lo había visto antes. Eso pensaba cuando la Lucero se me volvió a soltar y escapó corriendo rumbo a la salida. Esta vez no se quitó las zapatillas, también esta vez, no hice nada por alcanzarla. “¿Qué tal, amigo Raúl?”, dijo el viejo divirtiéndose. Frente a nosotros la niña del escenario cantaba: “Amorrr prohibido nos dicen por las caies porque somos de distintas sociedades”.
La Casita, Ciudad de México, 13 de junio de 2025.
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