Miscelánea, salud y política
Japón, una nación tradicional (2)
"Los japoneses nacen sintoístas, pero mueren budistas": frase popular
Japón es oficialmente un estado laico, su Constitución de 1947 establece la libertad de religión y prohíbe al estado favorecer o interferir en cualquier práctica religiosa. Si solo partiéramos de encuestas, los japoneses podrían ser considerados agnósticos, pues la mayoría dice no creer ni profesar una religión específica.
Pero santuarios y templos conservados por siglos, como parte de la idiosincrasia cultural de Japón, cuentan otra historia. Alrededor del 70% de los japoneses practica rituales de las religiones sintoísta y/o budista, cuyo sincretismo está profundamente arraigado en el pueblo japonés como parte de su historia y tradiciones.
El sintoísmo cuyo significado es "camino a los dioses", existe desde tiempos prehistóricos, se basa en la veneración de la naturaleza y los antepasados con la creencia de que espíritus o deidades, llamados kami, habitan en árboles, rocas, cascadas y montañas.
En el siglo VI d.C. llegó el budismo a Japón, y con ello la meditación y su búsqueda de iluminación para superar el sufrimiento. Las nuevas creencias se amalgamaron con la espiritualidad de los rituales sintoístas naturalistas y pragmáticos:
Una frase común es que los japoneses "nacen sintoístas y mueren budistas". Ahora se agrega: "y se casan cristianos", debido a que desde los años 70´s comenzaron a celebrarse bodas en iglesias cristianas al estilo estadounidense. Japón, al igual que el resto del mundo, resiente la influencia de la comunicación global.
Continuamos con la segunda y última parte del relato iniciado el pasado miércoles 15 de octubre sobre el periplo efectuado en el país nipón por un grupo de 40 mexicanos provenientes de Aguascalientes, Ciudad de México, Coahuila, Estado de México, Morelos, Puebla y Querétaro.
Día 5. Kioto, la joya ancestral. Visitas a los templos Fushimi Inari y Kinkaku-ji
Nos trasladarnos de Osaka a Kioto, la ciudad que fungió más de un milenio como capital imperial y hoy es valorada como la joya eterna de Japón, con 1600 templos budistas y 400 santuarios sintoístas, es considerada el corazón espiritual, cultural y artístico de la nación, donde nacieron ceremonias como la del té y la del teatro.
Usamos el tren bala (Shinkansen) o de alta velocidad de la línea Tokaido: en 15 minutos recorrimos 55 kilómetros. Por vía terrestre, con el tráfico de la zona, hubiera llevado más de una hora.
La ciudad de Kioto tiene una población de 1.46 millones de personas y forma parte del área metropolitana Keihanshin, junto con Osaka y Kobe, con un promedio de 20 millones de habitantes. Fue fundada en el año 794 d.C. como HeIan Kio. capital imperial, y así duró más de un milenio, hasta 1868 en que Tokio asumió ese rol.
Al oeste de Kioto, en autobús nos dirigimos a Arashiyama y su bosque de bambú, caminamos por un sendero rodeado por culmos (tallos) de gigantescos y afinados bambúes verdes, entre los cuales se filtran ráfagas solares, que ofrecen a los turistas un inesperado baño zen.

Luego se visitó el Santuario Fushimi Inari Taisha, considerado como una de las principales atracciones turísticas de Japón, asentado en la montaña del mismo nombre, está dedicado a Inari, la deidad del arroz y la prosperidad, fue creado en el año 711 d.C.
Se caminó debajo del puente formado por miles de puertas torii color bermellón, pigmento rojo-naranja muy valorado por las culturas antiguas asiáticas. Las torii son puertas tradicionales sagradas ubicadas en la entrada de los santuarios sintoístas, marcan la transición del espacio secular al sagrado.
En el santuario Fushimi Inari hay alrededor de 30 mil torii, todas donadas por empresarios y comerciantes quienes así rinden tributo a la deidad que concede éxito en los negocios. En este templo hay innumerables estatuas de zorros mitológicos llamados kitsune, considerados los mensajeros del dios Inari.

A 45 minutos de distancia, en autobús se llegó a Kinkaku-ji, el templo más famoso del Japón, construido en 1397, villa de descanso del shogún Yoshimitsu Oshikaga, es conocido como “El Pabellón Dorado” pues las dos plantas superiores de las tres que lo conforman están cubiertas de pan de oro, y es coronado por un ave Fénix.
Su brillante superficie se refleja en el “Lago del espejo”. El templo no es el original, dice la literatura oficial que "fue incendiado en 1950 por un monje con las facultades mentales alteradas", pero gracias a la política japonesa de restauración de los templos, se aprecia su belleza arquitectónica.
En el mismo complejo está el templo Ginkaku-ji o " El Pabellón de Plata" nombre popular con el que se conoce al templo zen Jisho-ji. Su nombre se debe al proyecto de cubrirlo de plata, pero esto nunca se cumplió, se conserva como una de las construcciones más famosas del período. Se destaca por su austera y serena belleza y sus jardines.
El recorrido abarcó al Templo de Kiyomizu-dera, nombre que se traduce literalmente como “Templo de agua pura”, fundado en el año 780, aunque las estructuras que se conservan se erigieron en 1633. Originalmente, se asoció con una de las escuelas más antiguas del budismo japonés.
Los diferentes edificios forman un complejo donde hay varios recintos sagrados. Uno de ellos, el Jishu-jinja, dedicado a Okuninushino-Mikoto, un dios negro, gordo muy sonriente, consagrado al amor y a los "buenos matrimonios".
Día 6. Hiroshima
Rumbo a Hiroshima se salió del hotel en autobús, luego se abordó el Shinkansen -tren bala- para en sólo1 hora y 20 minutos, llegar desde la estación Shin-Osaka a la estación Hiroshima.
Antes de abordar el autobús nos recibió un atribulado Forest, nombre del joven guía japonés que asistía al turco Murat. Nos anunció en inglés, traducido por algunas de las integrantes del grupo, que el turco se había quedado en el baño del tren, por lo que él nos conduciría a la isla Miyajima, cercana a Hiroshima.
Al llegar al puerto de Miyajimaguchi se abordó un ferry que nos introdujo a la isla Miyahima, desde cubierta pudimos admirar la enorme puerta sagrada torii, de 16 metros de altura, con 60 toneladas de peso, que se cree proviene del año 593, aunque no hay confirmación de su existencia hasta 811.
La puerta torii gigante flotando en el agua está a 212.7 metros del Santuario Itsukushima, --nombre oficial también de la isla--, ambos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La isla es conocida popularmente como Miyajima, cuya traducción es lsla del Santuario.

El complejo del santuario es enorme, tiene la forma de embarcadero y está sobre el agua, se conforma de 37 edificios, y en los alrededores 19 edificios más. El santuario principal está dedicado a las deidades del mar: Ichikishmahime no Mikoto, Tagorihime no Mikoto y Tagitsuhime, asociadas al transporte, la fortuna y las artes. Fue fundado en el año 593, bajo la orden del clan Saeki.
El santuario mantiene el estilo arquitectónico Shinden-zukuri, típico del periodo Heian (794- 1185 d.C,) de las mansiones de la aristocracia japonesa. También es de color bermellón, siguiendo la creencia de que ese color aleja los malos espíritus.
Al acceder al primer pasillo sobre el agua, llamado Higashi Kairo, se llegó al salón de purificaciones del santuario principal, nos acercamos a la fuente de agua temizuya y practicamos el temizu, nombre que se da al rito de eliminar las impurezas físicas y espirituales antes de entrar a un santuario sintoísta, consistente en usar un cucharón de bambú para lavarse manos y boca antes de acercarnos a las deidades.
Salimos en Ferry de Miyajima, y una vez en el autobús, el guía japonés Forest, preocupado por no poderse comunicar con el grupo de mexicanos, pues no hablaba español, tuvo que idear cómo, y le salió lo milenial.
Escribió en su móvil las indicaciones en inglés y en una traducción al español de España, una voz de mujer reproducía sus indicaciones y la bocina del autobús las amplificaba. Un Forest feliz dijo: funcionó la tecnología, en inglés: "the technology worked". Y, sonriente, levantó los pulgares.
Así fue como anunció que el próximo punto del recorrido sería el Museo histórico de la Paz de Hiroshima, a unos 26 kilómetros de distancia. Nuestro guía turco, luego de 5 horas perdido, se reincorporaría en ese lugar.
Museo Memorial de la Paz de Hiroshima
Entrar a este museo significó conocer testimonios de la devastación que sembró la primera bomba atómica lanzada por Estados Unidos en contra de la población civil de Hiroshima, 80 años atrás, el 6 de agosto de 1945, durante la Segunda Guerra Mundial.
El edificio es parte del Parque Conmemorativo de la Paz, donde existe un memorial y una tumba donde se guardan cien mil nombres de las víctimas de la ofensiva nuclear, aunque se calcula provocó 140 mil muertes, 80 mil inmediatas y el resto después.
Un edificio ruinoso se conserva como vestigio de la destrucción que sembró en segundos el artefacto nuclear llamado en forma absurda Little boy, cerca de un kilómetro cuadrado del centro de la ciudad fue arrasado por la radiación que alcanzó los 7 mil grados Fahrenheit.

El Museo narra la dolorosa historia de horror con fotografías testimoniales del genocidio: "sombras nucleares" de personas desaparecidas; las indescriptibles heridas de niños, adultos y ancianos sobrevivientes con desfiguraciones físicas, cánceres y traumas psicológicos que los estigmatizaron de por vida.
El día de nuestra visita un reloj electrónico ubicado a la entrada del Museo Conmemorativo de la Paz señalaba que habían transcurrido 29,267 días desde la primera caída de la bomba atómica en suelo japonés. Otro número, el 0496, indicaba los días que han pasado de la última prueba nuclear.
En medio del Parque se conserva una llama que permanecerá encendida mientras exista el uso de la energía atómica con fines bélicos.
Sólo tres días después de detonar la primera bomba atómica Estados Unidos lanzó la segunda, en Nagasaki. Seis días después, el emperador Hirohito notifica la rendición de Japón. Y con ello finalizó la Segunda Guerra Mundial.
Lo visto llama a la reflexión: ¿El fin justificó los medios o los poderosos ganadores cometieron crímenes de guerra sin castigo?
De regreso, en Osaka, con compañeros de viaje de Aguascalientes y de la CDMX, comimos en la estación del tren bala Shin-Osaka, cercana a nuestro hotel, las famosas brochetas Kushikatsu, de carne, mariscos y verduras empanizadas y fritas.
Día 8. Visita a Nara y Kobe. En la noche traslado aéreo Osaka- Beijing, China
El último día de nuestra estancia en Japón, ya con maletas en autobús, nos trasladamos de Osaka a Nara, 32 kilómetros de distancia que recorrimos en media hora.
Visitamos el templo budista Todai-ji, de gran importancia histórica. Al entrar por la imponente puerta Nandaimon se aprecia la estatua del Gran Buda de Nara, Daibutsu, gigantesca escultura de bronce que domina la sala principal del templo.
El Tōdai-ji fue fundado en 752 por el emperador Shōmu para servir como el principal templo budista del país. A lo largo de su historia, ha sido destruido por incendios y reconstruido reduciendo su tamaño original, pero nada ha disminuido la importancia del templo consagrado al Gran Buda de Nara.
Este Buda colosal figura en la cosmogonía central del budismo Mahayana y Vajrayana, es un "Buda Primordial" y la encarnación de la sabiduría universal, asociado con el sol. Tōdai-ji fue un centro cultural y educativo durante el periodo Nara (710-794 d.C.), en él se formaron monjes y pobladores rurales estudiaron ingeniería y medicina.
El parque exterior de Nara es famoso por los ciervos sika que deambulan libremente en lo que es su hogar, ellos son considerados los mensajeros de los dioses sintoístas. En la zona se venden galletitas de maíz para alimentarlos y tomarse la foto del recuerdo.

Sobre cómo evitar sus mordiscos no hay consejos, baste decir que las mordidas son suaves, de rumiantes mansos acostumbrados a llamar la atención del turista con fines alimenticios.
Para concluir nuestra visita a Japón nos trasladamos a Kobe, importante centro económico y ciudad capital de la prefectura de Hyogo. De Nara a Kobe viajamos 45 minutos en autobús, tiempo en el que recorrimos 69 kilómetros de distancia.
Llegamos directamente al centro comercial Kobe Harborland Umie, donde el programa fue el reaparecido guía turco Murat: "tiempo libre". Así que, en las últimas dos horas, cada quien hizo lo que le apremiaba: compras pendientes de souvenirs o comer. En este lugar se podía degustar la famosísima carne Kobe, manjar de dioses a un costo de "un dólar el gramo".
Esta carne es reconocida mundialmente por ser tierna, marmoleada, debido a que se produce bajo estrictos estándares de calidad, proviene de un ganado vacuno de color negro, de la raza Tajima, criado con afectuoso esmero en la prefectura de Hyogo.
Confieso que no la probé, pero quienes la degustaron aseguraron que es realmente deliciosa, se deshace en la boca como mantequilla. Aunque nadie exhibió el certificado de calidad que, aseguran, debe entregarse al comensal.
Próxima la puesta del sol iniciamos el recorrido de Kobe al aeropuerto de Osaka. Cruzamos por carretera la región de Kansai, con la estupenda vista del mar y las montañas Rokko.
A la vista cientos, miles de coloridos contenedores y modernas embarcaciones nos refieren la importancia de ambos puertos comerciales internacionales, primero Kobe, luego el de Osaka. Ya en el ocaso, hay que reconocer que hemos visto parte del lado luminoso de la "Tierra del sol naciente".
Cansados pero satisfechos, finalizamos nuestra visita a Japón. Por la noche realizamos un viaje aéreo a la nación cuyo pasado imperial la hizo llamarse "el centro del mundo", China.
