¿Los católicos definieron la elección de Trump?

Una reciente publicación del PeW Research Center sobre el fenómeno político alcanzado por Donald J. Trump en Estados Unidos evidencia que la imbricación entre las identidades religiosas y las coordenadas políticas fueron determinantes en el proceso electoral del 2024, pero no en una lectura simplista ni proporcional. Especialmente es digno de análisis el voto trumpista dentro de la identidad católica norteamericana.
La victoria de Trump en la presidencia y el crecimiento de su influencia política en el mapa electoral norteamericano revelan una reconfiguración socio-política trascendente. Se ha dicho incesantemente: el trumpismo es un movimiento de identidad política mucho más grande y de mayor fidelización de lo que han alcanzado estructuras y programas políticos partidistas nacionales o regionales. En la encuesta de PeW con 7 mil 100 votantes validados, se especifica que el crecimiento del voto protestante y católico a favor del multimillonario fue determinante en su triunfo. Estos dos sectores, cristianos no católicos y católicos romanos, crecieron casi 10 puntos en votos directos por Trump en 2024 en relación a la elección del 2016; pero además, el voto católico a favor de Trump creció el doble que el crecimiento del voto protestante.
En total, Trump consolidó el 62% del voto protestante y alcanzó un histórico 55% entre los católicos. Estos datos, más que un simple reflejo de preferencias partidistas, exponen la visibilización de una lucha soterrada entre identidades culturales, lealtades comunitarias y la reinterpretación pragmática de los valores cristianos en la política contemporánea. Estos conflictos culturales parecen haber salido de las catacumbas y se manifiestan como un tema de agenda urgente y necesario; no necesariamente como expresión de la vida religiosa sino como un convencimiento ético y moral respecto a los contextos socioculturales.
Esto último podría explicar por qué la ortodoxia religiosa católica (fidelidad al Papa y a los obispos, práctica regular de preceptos, rituales y compromisos comunitarios) no corresponde necesariamente con la identificación política hacia Trump. Solo el 29% de los 53 millones de católicos estadounidenses asiste a misa semanalmente, y apenas el 13% cumple con prácticas sacramentales básicas (confesión, comunión eucarística y servicio de caridad en la comunidad); pero la identidad católica –que opera más como un sustrato cultural– se ha orillado hacia un programa político que guarda dogmas distintos a los de su fe debido a los desafíos éticos y morales que los fieles valoran como más apremiantes.
Según la encuesta, para la mayoría de electores los asuntos de seguridad económica, libertades religiosas y conservadurismo social adquirieron una relevancia determinante en el pasado proceso electoral; y gracias a que la propuesta política de Trump reivindicó los valores que soportan su identidad personal, familiar y comunitaria (como el matrimonio, la vida, la identidad natural, etcétera) existió una sinergia entre ambos criterios de decisión. Paradójicamente, mientras el 60% de los católicos manifiesta apoyar el aborto (una postura inaceptable para la doctrina eclesial); los electores católicos trumpistas crecieron en principio porque los valores percibidos en la campaña y el personaje como la familia, la tradición, el orden natural y la autoconservación fueron más importantes que las consideraciones teológicas o pastorales de su fe.
Quizá por ello, a pesar de las muchas advertencias del Papa, de los obispos y de los pastores norteamericanos respecto a la importancia de revalorar la doctrina social en la vida pública, la defensa de la dignidad humana de todos (especialmente de los migrantes y de la clase trabajadora), la primacía de la caridad y la inculturación, han sido el endurecimiento de políticas proteccionistas, la conservación de valores, el orgullo identitario, el combate ideológico o la autopreservación, las motivaciones políticas que más han convencido al votante católico.
Por ejemplo, los votantes cristianos de familia migrante (de segunda generación hacia adelante) eligieron masivamente a Trump a pesar de que su discurso y políticas públicas cierran las puertas a las oportunidades sociales que sus propios familiares tuvieron en su momento. En nombre de la Coalición Evangélica Latina, el pastor Gabriel Salguero explicó el fenómeno: "No votamos por un solo tema... nos preocupa la familia, la estabilidad económica y los valores bíblicos"; pero la jerarquía católica no comprende cómo sus insistentes llamados a la unidad, a superar la división, recibir con compasión al migrante e invitar a la integración social fueron desestimados por los votantes católicos.
El fin de semana previo a las elecciones del año pasado, por ejemplo, el arzobispo Timothy Broglio, presidente del episcopado estadounidense, destacó que “la fe cristiana se extendió en tiempos pasados, porque quienes observaban a los cristianos se impresionaban por su amor mutuo”; sin embargo, los posicionamientos políticos fueron divisivos, de hiper contraste, de batalla cultural, de proteccionismo y priorización económica. Así, parece que el católico norteamericano distinguió la necesidad de endurecer la persecución contra los “otros”, atribuyendo criterios de criminalidad al migrante, extrenjero y prójimo extraño.
Estos datos obligan a repensar si la práctica religiosa se convierte en un acto comunitario que refuerza la identidad política; o si los fieles y creyentes prefieren asumir una identidad política antagónica (o por lo menos distante) con su práctica religiosa cuando lo consideran urgente.
Entonces sí, los católicos definieron la elección de Trump pero no por lealtad ni inspirados por su práctica religiosa; sino por una renegociación de prioridades. Esto, que también es una realidad apabullante en México (son conocidos casos donde obispos y párrocos indujeron al voto en un sentido pero la comunidad católica votó en sentido contrario) obliga a repensar la dimensión política de las instituciones religiosas. La participación de lo religioso en el ámbito público no se entiende como la “sacralización de lo político” sino como la politización de los sustratos culturales religiosos… aunque en ocasiones eso rompa con las instituciones religiosas tradicionales.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe