La Guadalupana
Visité la Basílica de Guadalupe la primera vez que vine a la Ciudad de México y desde entonces lo hago con frecuencia. He trepado muchas veces al cerrito y conozco los diferentes recintos que integran el complejo religioso. En Jerusalén me postré ante la imagen de la morena del Tepeyac, igual lo hice en Notre Dame. Siempre pido por mi Patria y familia.
La fe en Guadalupe la recibí de uno de mis abuelos, del mismo que llevo el nombre de Ignacio. Él, un pequeño comerciante, murió peregrinando; alguna vez vi en blanco y negro una fotografía donde aparece con un grupo de creyentes que marchan a la Ciudad de México. En mis primeros recuerdos tengo el de varias visitas al santuario que se encuentra en Saltillo, el edificado en los terrenos que fueron de San Esteban de la Nueva Tlaxcala.
Conozco el estudio de Joaquín García Icazbalceta, igual quela historia de Nuestra Señora de Ocotlán. Sé de los conquistadores y su fe en la otra Guadalupe, la aparecida en 1326 a Gil Cordero en el lejano Cáceres. También he leído el Nican Mopohua de Antonio Valeriano; los sermones de Francisco de Bustamante y Teresa de Mier, así como las declaraciones de monseñor Guillermo Schulenburg.
Creo en el milagro de la fe, el mismo que nos hace mirar con respeto y esperanza a la jovencita de piel morena, a laVirgen aparecida diez años después de la caída de Tenochtitlán. La misma que acompaña desde entonces a supueblo rumbo a un futuro donde domine el mestizaje y se borren las diferencias. Ella no es castellana ni indígena: es mexicana.
Propuse, sin suerte, a mis compañeros legisladores que se incluya en las leyes laborales como inhábil el doce de diciembre. El pasado viernes, 13 millones de creyentes visitaron el Tepeyac; el número equivale al 10 por ciento de los mexicanos y demuestra la realidad de un país con un fervor mayúsculo.
Como buen sexagenario soy amante del rock y, entre mis preferidos, El Tri, el de Alex Lora y la Chela. El fin de semana en mi viejo reproductor puse en varias ocasiones la rola que, en honor de la Virgen Morena y la mexicanidad, compuso el talentoso Lora. También acudí a los pies del ayate a confirmar mi fe y recordar al abuelo que murió en 1968. De nuevo imploré por mi Patria y familia. Le agradecí su generosidad en mis días difíciles.
Por cierto, vi a un político de poca monta bromear con la fe de los mexicanos. Así son los tiempos de quienes no conocen a Dios y ante cualquier ídolo se postran.


