El encanto del Instituto Cervantes: un espacio que resiste el tiempo

MANHATTAN, Nueva York, EU, 1 de julio de 2025.- Entre las carreras, la bulla y la ligereza en Manhattan donde los altos edificios y rascacielos de vidrio y acero suelen robarse el espectáculo, hay un pequeño espacio lleno de historia y con una tranquilidad inimaginable en esa zona: el patio del edificio que hoy alberga al Instituto Cervantes de Nueva York.
Fue construido a finales del siglo 19 y en 1945 renovado por el arquitecto James Amster, quien lo transformó con un jardín interior. Luego, en 1999, pasó a ser formalmente del organismo español. Abrió sus puertas al público en 2003, consolidando su presencia en Nueva York con un espacio que combina historia, arte y modernidad.
Este edificio que tiene un completo estilo clásico se destaca por su fachada de piedra clara, columnas sobrias y molduras elegantes. Y justo en su interior, como un pequeño rincón bien guardado, se encuentra el patio, un oasis de calma que te transporta a otro tiempo y que irradia una tranquilidad inigualable.
“Mucha gente llega buscando el patio y cuando lo encuentran, se quedan por horas. Es un lugar que transmite tranquilidad, invita a sentarse, a leer, a estar en silencio. Es como un oasis en medio de la ciudad”, contó William Ruso, quien frecuenta el Instituto Cervantes desde hace años y conoce bien el valor que ese espacio tiene para los visitantes.
El patio, con su suelo de mosaicos y abundante vegetación, está rodeado por galerías con arcos cuya forma recuerda a los claustros de la península ibérica. Muchas visitantes afirman que allí se siente como si el reloj de la ciudad se detuviera por un instante.
A pesar de los cambios urbanos, este edificio se mantiene firme, definiendo su identidad tanto con su exterior como con este espacio interior, tan representativo.
Visitarlo es una experiencia que combina la admiración histórica con un momento casi de meditación. Allí no hay ruido, solo se siente un reflejo del pasado, de muros que han visto una historia de más de cien años y que da una especie de recordatorio de que, en medio de un país que avanza imparable, también cabe el respeto por los edificios con esencia, recuerdos e historia.