494 años con Guadalupe
Cuando al papa Francisco le presentaron el proyecto de actividades rumbo a la celebración de los 500 años de las Apariciones de la Virgen de Guadalupe en México, preguntó: “¿Eso cuándo va a ser?” Le dijeron: “Santidad, será en 2031”. Y él respondió con su típico humor porteño: “¡Ah! Entonces eso lo verá Juan 24” (en alusión a un potencial pontífice que eventualmente asumiera el nombre de Juan después del santo Giuseppe Roncalli).
El Papa Bergoglio conocía su condición y sabía que su sucesor tendría mayor oportunidad de decidir cómo participar de este momento histórico, cultural y religioso insoslayable para la patria mexicana que es, incluso en estos tiempos, el segundo país con más católicos del mundo. Francisco quizá ya acusaba cansancio, pero es algo que su sucesor León XIV (de 70 años) no parece manifestar de modo alguno.
Por ello crece la pregunta sobre cómo se involucraría el Papa Prevost con la devoción guadalupana este 2025 y ahora en medio de la cuenta regresiva hacia el medio milenio de la presencia de la Virgen del Tepeyac en el pueblo mexicano y latinoamericano. El pontífice norteamericano dijo abiertamente a los medios de comunicación su interés de visitar el Santuario Guadalupano y también, como hicieron sus predecesores, celebrará una ceremonia especial este 12 de diciembre en la Basílica de San Pedro.
Por eso, este aniversario tiene un matiz singular: estamos a un sexenio de la gran celebración de los cinco siglos de Acontecimiento Guadalupano y es la primera misa guadalupana de Prevost como León XIV, un religioso cuya biografía personal y pastoral refleja la complejidad de ese puente continental entre su ciudad natal –Chicago, donde la identidad hispana migratoria es incomprensible sin esa devoción religiosa– y sudamérica, donde desarrolló su ministerio misionero y episcopal. Esta convergencia le otorga una perspectiva única sobre un continente unificado bajo el manto guadalupano.
El enfoque que León XIV dará al Acontecimiento Guadalupano es de gran relevancia para México; por una parte, parece que mantendrá la dimensión pragmática y pastoral que expresó Francisco sobre el proyecto inspirado en la ‘Mirada de Guadalupe’; pero, como lo ha expresado respecto a la devoción mariana: “Nuestra Madre María siempre quiere caminar a nuestro lado, permanecer cerca de nosotros, ayudarnos con su intercesión y su amor”, la espiritualidad de León XIV parece estar más orientada hacia el camino y no a ser meros sujetos de contemplación.
Desde esa perspectiva, más que preguntarse qué es lo que pide María de Guadalupe al pueblo mexicano parece que se desarrollará una reflexión seria e integradora sobre el camino que ha recorrido el pueblo mexicano con ella y cómo la presencia guadalupana en estos 500 años es, en su conjunto, el verdadero ‘Acontecimiento’. Es decir, en el desarrollo de una cultura, un lenguaje y un pueblo que en sus procesos históricos ha estado siempre acompañado de una u otra forma por la presencia de la Virgen del Tepeyac.
Por otra parte, estos años preparativos hacia el medio milenio de la presencia del ayate sagrado también serán una oportunidad para revisar todo lo referente a la conservación de la tilma original. Este soporte material ha sido analizado, intervenido y desmenuzado por diversas técnicas científicas a profundidad y, sin embargo, poco se ha hablado sólo cómo esta fibra de agave se internará en la historia futura y a través de qué cuidados y medidas de seguridad.
La tela ha resistido condiciones adversas, incluyendo 116 años sin protección alguna, expuesta a humedad, salitre, humo de velas y contacto físico directo. Sobrevivió a un derrame de ácido nítrico en 1791, a un atentado con bomba en 1921 y a un exótico resguardo clandestino durante los años más crudos de la persecución religiosa. También ha sobrevivido a diversas intervenciones con pigmentos, minerales y recortes de fibras que la Iglesia ha hecho con interés meramente devocional.
Y aunque el verdadero ‘Acontecimiento’ trasciende la materialidad de la imagen; es esta presencia activa y acompañante de lo que este símbolo representa en la historia de toda la nación mexicana. De ahí, la importancia de su conservación y cuidado. Pues la Guadalupana, huelga decirlo, es más que una devoción católica; es la clave misma de la cultura y espiritualidad nacional que ha logrado tender puentes en diversos momentos de crisis social; pues ante las adversidades de una patria fracturada, la Virgen de Guadalupe le ha dado voz a un pueblo que encuentra en la ‘casita sagrada’ un remanso de paz, resiliencia, gratitud y esperanza.
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