Inventar el agua tibia
En diarios y televisores apareció el cierre de casinos. Es una nota singular e inédita en los últimos años. Hasta hace muy poco, la inseguridad era desestimada por un presidente que, con la frase “abrazos y no balazos”, le dijo a México que no iba a combatir al crimen. López Obrador fue más allá de la cordura: subió hasta Badiraguato para saludar a la familia de uno de los más peligrosos capos del país y no dudó en dar instrucciones al Ejército de no contestar las agresiones de los delincuentes.
La experiencia nos dice que, dentro del crimen organizado, hay bandas que se convierten en hegemónicas y que, de ocuparse de asuntos relacionados con narcóticos, se transforman en “empresas” con operaciones delictivas múltiples. Lo hacen ante la debilidad de las alcaldías y la complacencia de los gobernadores, que prefieren ocupar su tiempo en frivolidades o políticas intrascendentes.
Es paradójico, pero iniciar la lucha contra el crimen organizado no es tan “lindo” como parece. Para empezar, se requiere presupuesto y, muchas veces, hay que retirarlo de otras políticas públicas o cobrar más impuestos; también se exige depurar las policías y, con ello, asumir un montón de enemistades. En no pocas ocasiones, hay que suprimir prácticas “legales” que son populares, como los palenques, las ferias y los giros negros.
En Coahuila, la lucha por la paz incluyó acciones que fueron rechazadas por una parte de la población. Las críticas crecieron y los reclamos eran tema de todos los días. Desde falsos intelectuales hasta los operadores de la delincuencia, se esmeraron en generar un mal ambiente hacia la autoridad. Sin embargo, la estrategia funcionó: las bandas del crimen dejaron de recibir millones de pesos, producto de su control de actividades “lícitas”, mientras las fuerzas del orden persiguieron sin tregua a los generadores de violencia.
De un día para otro, un político inexperto dijo que el estado era aburrido; un famoso cantante de música narca amenazó a los inspectores de ingresos que le querían cobrar los impuestos de ley; el rico empresario pidió que la boda de su hija no tuviera que parar a la medianoche; en el bar de moda, el DJ arengó a los asistentes a insultar al gobernador por los nuevos límites en los horarios de venta de licor; los delincuentes más crueles de México dejaron de disfrutar de las carreras parejeras; los dueños de casinos pregonaban el riesgo de perder empleos por culpa de un gobierno moralista; los dueños de yonkes, donde se vendía robado, clamaron por la libre empresa, y muy respetados comerciantes abogaron por no restringir la venta indiscriminada de alcohol.
La paz es posible, siempre y cuando los políticos asuman su responsabilidad histórica. México sufre a causa de autoridades omisas e ignorantes.
