Abanico
Acompañar
El dolor es una senda solitaria y abismal. Paradójicamente, no sabemos acompañar quien enferma, tiene una pérdida o agoniza. El duelo, la enfermedad o inminente muerte los percibimos como contagio o espejo. Nos alejamos y argüimos “no soportar el dolor” y de manera inadvertida infligimos abandono.
Sin embargo, acompañar puede ser altar y convocar a la dignidad, amor y respeto
La presencia implica la ausencia de juicio. Es estar sin resolver, escuchar sin interrogar, sostener sin exigir alivio. Asumir que el acompañamiento no es terapia ni solución. Es presencia ritual, como quien vela sin saber si el alma partirá.
Conviene alejarnos de las frases hechas. En vez de decir “todo estará bien”, cambiar por una frase verdadera y genuina: “Estoy aquí, contigo, aunque no sepa qué decir”.
Acompañar también es brindar gestos de cuidado cotidiano. El cuidado no siempre es heroico. A veces es preparar un té, ajustar una almohada, guardar silencio… porque en el dolor físico o emocional, los gestos mínimos se vuelven sacramentos.
Entonces cocinar, tocar la mano, leer en voz baja o encender una vela puede ser un acto de acompañamiento si se hace con intención.
¿Y que hacer cuando la muerte es inminente? Ritualizar el umbral.
Cuando alguien se despide, no necesita que lo retengamos, sino que lo bendigamos. Podemos ofrecer frases que honren su historia y le permitan cerrar ciclos.
Una frase que escuché hace un tiempo me pareció proverbial: “Gracias por lo que sembraste. Te llevas mi gratitud, no mi culpa.”
Debemos asumir que no todo dolor tiene nombre, pero siempre merece ser nombrado. Acompañar es también dar lenguaje al sufrimiento, sin reducirlo. El “sé que esto duele más allá de lo que puedo imaginar. No quiero entenderlo, solo estar contigo”. Es una manera de mencionarlo con respeto.
El mayor dolor no es el físico, sino el de sentirse invisible. No podemos abandonar ni huir. Acompañar es no desaparecer, incluso si no sabemos cómo ayudar.
“No estás solo.” Y “Tu dolor no me aleja.” Es lo que debemos aprender a decir.
Escribo esto con la esperanza de quien lo lea sepa como estar… porque formalmente nadie nos enseña lo primordial, como acompañar, hablar sin palabras y cuidar sin tocar o asumir que todo se debe solucionar.
Digo esto como quien mira un lejano horizonte y se observa llena de ansiedad y acciones frenéticas para espantar la muerte de mi padre o un canto histérico que pretendía que la respiración permaneciera en mi mamá. No supe despedirme, no supe estar.
Este mes que se honra a las almas que ya trascendieron, quise encontrar respuesta a una duda triste: ¿Cómo acompañar? Esto es lo que hasta ahora sé.
