Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Zsssszumm, zssss, zuuuuuuuuuu, (primera de tres partes): https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-26/
- Raúl, Lucero de la mano del viejo Joaquín, el Micke y los Coyotes de San Abedece llegan a la cita en el muelle de Goleta. Cruce de caminos, nudo Gordiano a punto de desmadejarse. Las echa plomo y los rasgas carnes destellando ante el sol que se extingue más allá de lo azul.
Capítulo XXVI, Zsssszumm, zssss, zuuuuuuuuuu
(Segunda de tres partes)
“Hey brother, welcome to hell”.
SKA-P
Un destello doble cortó la pupila de Raúl. La filosa luz le iluminó de pronto la razón. Todo estaba claro. Lucero era la esposa que el viejo había dejado en San Buenaventura. El canto de la sirena por el que Joaquín había jurado matar a quien osara escuchar sus veleidosas arias. Era una simple cuestión de honor. La sombra, lamentó que la historia estuviera tomando derroteros con argumentos de pantaletazo. Raúl se encogió de hombros. Qué más podía hacer en esos instantes. No se le ocurría decir nada. Sus piernas le temblequeaban. Eran raíces echadas al aire. Guías de lirios atrapados en el cristal de una bombilla que adorna cualquier repisa.
El agua empezó a ascender lentamente. La frontera líquida enterrando las botas de Raúl. El cerebro partido en dos. El viejo caminando con paso tranquilo; marea de muerte que avanza segura para enfrentar una batalla que sabe ganada. La mano derecha buscando entre la cintura del pantalón. Y Raúl en espera de la bofetada metálica. El aguijón de plomo. Otra vez las miradas se encontraron. Juego de espejos. Semáforos en intermitente. De pronto, todas las luces se juntaron en el impecable y pulido cañón de una escuadra .45. Cíclope que vomita fuego. La mano que no tiembla apuntando a su víctima. Lucero inmutable, clavada a la tierra. Echando raíces. Raúl buscando por última vez aquellos ojos de almendras que ahora, precisamente en el momento en que el arma tuerta lo enfocaba mejor, miraba tan insignificantes, tan normales, tan sin chiste. El clic de la bala acomodándose en la recámara. A doscientos metros de la escena principal, el hombre del diente brillante guardó su navaja. No era hora de echar mano a los fierros. Sacó un cigarrillo de la bolsa de su pantalón y el clic de la piedra para hacer fuego se traslapó con otro clic de otro fuego. Los músculos relajándose, el sudor escurriendo para apagar el calor. El cigarro a los labios, una buena bocanada de humo. Tabaco oscuro, aire comprimido, válvula de salvación. Luego, con la tranquilidad de quien se sabe mero espectador y, contra toda norma de seguridad, se adelantó unos pasos para ver mejor. Mirón de palo. La luna pegándole de pleno en el rostro. Reflector descubriendo al actor secundario. El arma contra Raúl. La mano de la justicia eliminando al mal. Cortándolo de raíz. Y la vida de Raúl puesta en un volantín, tiovivo que gira sin detenerse.
La Casita, Ciudad de México, 11 de agosto de 2025.
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