Muros de sed

De raíces, fronteras y otros espejismos
En la entrega anterior del capítulo Yardage-acorralar: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-25/
- Uno de los Coyotes de San Abedece espera al viejo joaquín en el muelle de Goleta. Esperando, cavila en que para qué diablos tanto misterio. Los Coyotes ofendieron a don Joaquín abusando sexualmente a Lucero. Pero en su lógica perversa, este abuso y otros, no son más que experiencias por las que necesariamente se tiene que pasar mientras el american dream, como las olas, está cada vez más lejos, cada vez más cerca.
Capítulo XXVI, Zsssszumm, zssss, zuuuuuuuuuu
(Primera de tres partes)
“Hey brother, welcome to hell”.
SKA-P
Algunas miradas se encontraron. Otras prefirieron desafiar a la gigantesca medusa de cabellos de acero que vomita fuego. Raúl sabía que el truco para no morir petrificado era no mirar a la Gorgona de frente. A las estatuas de marfil, uno dos y tres así, el que se mueva baila el twist. El monstruo mitológico no tenía ningún poder mágico para convertir a los hombres en estatuas de sal. Era el miedo el que provocaba el ígneo encantamiento. Así es que Raúl, nunca detuvo su mirada en los ojos de almendra madura de Lucero, que nerviosa, tomaba de la mano al viejo Joaquín.
Debajo del muelle el mar empezaba a romper sus fronteras matutinas, internándose bajo los cimientos. El mar es migrante por naturaleza. Por las mañanas se repliega para, constriñendo su continente, adecuarse a un territorio encogido. Pero por las tardes, cuando el sol naufraga entre sus aguas, a puro golpe de olas le va ganando terreno a la tierra; transgrede sus fronteras, las vuelve líquidas. Ectoplasma que se adentra, como quien no quiere la cosa para luego, cuando ya es demasiado tarde, volverse ancho y reclamar por sus fueros un buen pedazo de costa. Y ahí, mientras los territorios se reorganizaban, recargado en los maderos, que de vez en cuando soltaban un gemido húmedo, el diente del hombre moreno destellaba agonizantes y escuálidos rayos de un sol rojo. Más lejos, pero acercándose, dos rieles de huellas en la arena encarrilaban los pasos de los que Raúl identificó como los Coyotes de San Abedece. El rostro prieto y, el descomunal y desproporcionado crucifijo, eran la mejor carta de presentación. Y como lo que hace la mano hace la tras. O como los alacranes que siempre andan en pareja, era predecible que el otro, joven guilliganesco que acompañaba al aprendiz de santo redimido, fuera su brother, su carnalito. El ambiente se pegaba a la piel como la brisa marina que empezaba a invadir el horizonte. Raúl se sentía observado. Espiado como vecino sin cortinas de un multifamiliar de interés social. Una sombra que se deslizaba reptando sobre la arena, reflejada por la tenue luz de unos arbotantes que apenas empezaban a desperezarse del letargo vespertino. La figura que se escurría en los miles de partículas del espejo pardo se le hizo conocida a Raúl. Tal vez, recordó de pronto, justo cuando la luna enseñaba su mejor cara, se trataba de aquel ridículo mexicano que, sin saber por qué y con la boca repleta de chocolate, le había preguntado una serie de cuestiones absurdas.
Sólo se escuchaba el romper de las olas en la escollera cercana. El intercambio de miradas era un duelo de espadachines expertos. Raúl desafió a la Gorgona y miró directamente a Lucero. Los ojos de la chica parecieron contestarle: Quisiera que encontraras en mis ojos todas las respuestas que no te sé decir. El intercambio vítreo duró muy poco. El viejo Joaquín largó la mano de la Lucero. La sombra recordó un sueño repetitivo, en que un niño no quería soltar la mano de su madre. El viejo estaba listo, emancipado. Todo lo que se empieza tiene que concluir. Caminó lento hacia el reflejo dental del Micke. Lucero corrió para colgarse frenética de su cuello. La juventud de sus manos casi logró desbalancear al viejo. Aprovechando el traspié, ella hábilmente se pegó a los acartonados labios de Joaquín. Esponja marina que fuera del agua se aferra a succionar las últimas gotas de una vida que se le escapa en la sequedad de la tierra.
La Casita, Ciudad de México, 8 de agosto de 2025.
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