Muros de sed

(De raíces, fronteras y otros espejismos)
En la entrega anterior del capítulo Ultimátum: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-21/
- Raúl encuentra al viejo Joaquín en su departamento. Los escarceos de indirectas del viejo empiezan a poner nervioso a Raúl. El viejo lo cita en el antiguo muelle de la Venoco. Raúl ignora lo que parece que el viejo Joaquín ya tiene muy claro.
Capítulo XXII, Ventage-ventajas
En la pantalla de la televisión Ana Gabriela Guevara le sacaba una buena ventaja a sus adversarias. Lucero nunca había visto una carrera de 400 metros planos. Pero ahora, que la euforia por la atleta mexicana llegaba a todos los rincones en los que hubiera mexicanos, miraba atenta la justa deportiva. Le gustó saber que finalmente los mexicanos triunfaban en algo. Eran tan pocos los destacados en el deporte internacional, que en ocasiones como ésta era necesario celebrar. No tenía idea en qué país se estaba realizando la carrera. Y Europa le decía muy poco. En todo caso, más que otra cosa, le fascinaba ver a la tal Ana sacándole ventaja al viento. Era un alma que llevaba el diablo. Nadie la iba a alcanzar nunca. Lucero escuchó un disparo que venía de lejos. Tal vez por el rumbo de la playa de los estudiantes universitarios. Era la señal que marcaba la salida. El sprint final de su destino. Por lo menos, en esta carrera como en la de Ana, ella también llevaba ventaja.
Primero: Sabía dónde y en qué asuntos andaba metido el viejo Joaquín; el hombre por el que había empezado esa otra carrera loca de la frontera. Segundo: Raúl no tenía la menor idea en la telaraña en que se había enredado. Tercero: Sabía de los otros negocios de los Coyotes de San Abedece.
Así es que llevaba la delantera. Incluso, era tal la ventaja que podía mirar hacia atrás para ver que tanto trecho le sacaba a sus competidores. Sólo que ésta era una carrera única y definitiva. Como quien dice sin revancha. Ganaba o ganaba. Sabía que el viejo Joaquín no se tentaría el corazón para, con sus propias manos, torcerle el pescuezo. Gallina de fiesta. Conocía las danzas de su esposo una noche de lluvia cerca del canal entre la frontera de Tijuana y San Diego. Aunque según ella, el viejo no tenía razón de guardarle tanto encono. Él, era el que primero se había ido; la había dejado abandonada en un pueblo de mujeres solas. En todo caso, su único pecado había sido seguir al macho a donde estuviera. Lo demás había sido mala suerte, o tal vez una pésima mezcla entre sentirse sola, estar sola y necesidad de sobrevivir. Así que, a manos. Nada para nadie. Entablados. Sin cuentas pendientes. Sin resentimientos.
El Mexe, Hidalgo, 23 de julio de 2025.
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