Transformar el dolor: Henry relata su infancia de supervivencia

PRICENTON, Nueva Jersey, julio 7 de 2025.- Henry tiene nueve años. Camina sin rumbo entre las calles de San Benito, Petén en Guatemala. Busca un rincón seguro, un rincón donde pasar la noche. El bullicio de la estación de autobuses, abierta a todas horas, le ofrece algo parecido a compañía. Su madre lo rechazó. Su padre está preso. La niñez, tal como debería ser, no existe.
Han pasado 26 años desde entonces, pero para Henry Danilo Fuentes Portillo, el recuerdo está tan vivo como si hubiera pasado ayer.
"Literalmente, vivía en las calles del centro de San Benito, Petén en Guatemala. Dormía en terrazas, en la estación de buses. Me rechazaron. No tenía hogar ni comida. Solo tenía nueve años", comentó Henry, en entrevista a Quadratín Hispano.
Hoy, con 35 años y tres hijos, ese niño aún vive dentro de él. A medida que avanza su relato, los ojos cargados de lágrimas acompañan los dolorosos recuerdos.
“La oscuridad siempre me hacía ir al centro, donde estaba la estación de autobuses. Porque allí había movimiento constante, las 24 horas del día. Buscaba algo de seguridad entre el bullicio”, comenta el guatemalteco, hoy residente de Utah, Estados Unidos.
Lo que debería haber sido un tiempo de juegos y escuela fue sustituido por la supervivencia. Fuentes comenta que a pesar de que siempre veía a los niños de su edad asistiendo a la escuela, nunca se le ocurrió ir a una o pedir ayuda a los mayores, “solo pensaba en sobrevivir” y tenía miedo que los adultos le hicieran daño.
"Pedía dinero para comer. A veces me daban comida. Otras veces, iba al mercado a buscar bolsas de fruta para vender. Me daban un quetzal por cada una", explica con un tono perspicaz en cada oración, “así que desde niño aprendí a rebuscarme”, relata.
En lo que va de año, más de 850 mil niños y niñas trabajan en Guatemala, muchos en condiciones precarias, según cifras de UNICEF. No existen cifras oficiales recientes sobre niños sin hogar, pero organizaciones como Casa Alianza Guatemala y el Refugio de la Niñez alertan de un repunte de menores en situación de calle, especialmente tras la pandemia. La falta de políticas de protección infantil ha convertido a la calle en el único refugio para miles.
Actualmente, Henry trabaja en remodelaciones y pintura. Está legalmente establecido en Estados Unidos y mantiene inversiones en su país natal.
Desde Utah, observa con asombro el contraste. “Aquí mis hijos tienen casa, escuela, comida. A los nueve años yo dormía en la calle. Era un niño y tenía miedo. Sentía que mi madre me podía matar”. Le cuesta comprender lo que vivió: “No entiendo cómo se puede descuidar a un niño de nueve años así, dejarlo sin hogar y que no te importe”, dijo con voz baja y con un tono de confusión.
“Una vez mi madre hizo que mis hermanos me tiraran piedras para sacarme de la terraza de un vecino”, recuerda Fuentes, quien en ese momento dudaba de la existencia del amor.
De repente, "mamá" apareció en su vida
Una tarde, tras ser rechazado nuevamente por su familia, Henry se refugió en un terreno espeso detrás de una iglesia cristiana. Entre pasto alto y tierra húmeda, improvisó una cueva con ramas. Fue allí donde lo encontró el pastor del templo, quien, al notar su presencia, se acercó a preguntarle qué hacía en ese lugar. "Aquí vivo yo", le respondió el pequeño Henry, señalando su abrigo rojo y su estera de paja.
Conmovido, el pastor contactó a una mujer del vecindario que dirigía una pequeña organización local. Así conoció a Sonia Rivera, fundadora y representante legal del Mesón Buen Samaritano, un hogar de ancianos que brindaba ayuda a personas en situación vulnerable en San Benito.
Sonia al conocerlo le hizo una sola pregunta, "¿Te puedo dar un abrazo?", recuerda Henry. "No sabía qué era un abrazo, pero acepté. Cuando me abrazó, sentí algo que nunca había sentido: amor. Seguridad", relató.
Aunque al principio se negó a ser adoptado, pues aún tenía la esperanza de reencontrarse con su padre, accedió a quedarse en la asociación con una única condición: tener una cama y contribuir con su trabajo.
Durante años, Henry vivió allí. Ayudaba a cuidar a los ancianos: los bañaba, los alimentaba, y salía a las calles a recolectar donaciones para el hogar. Nunca aceptó dinero para él. "Yo ya tenía un techo. Ellos eran los que lo necesitaban" explicó. Con el tiempo, Sonia le propuso llevarlo a vivir a su casa. Le dio un cuarto, lo inscribió en la escuela y lo integró a su familia.

"Mi mamá, porque así le digo, nunca me pegó. Me enseñó lo que es el respeto y el amor de verdad. Gracias a ella, dejé de ser un niño invisible", concluyó Henry, con la certeza de haber encontrado, al fin, un hogar.
Durante la entrevista a este medio, Henry hizo hincapié en el porqué decidió contar su historia:
“No es fácil de narrar, pero lo hago porque aún hay muchos allá afuera, en Guatemala, que están viviendo lo mismo. Y porque quiero que mis hijos nunca tengan que saber lo que es pasar hambre o dormir a la intemperie”, explicó.
En la frontera entre el recuerdo y la realidad, Danilo, como le dicen sus amigos, camina con dignidad. Su historia es una llamada de atención para ambos lados del continente: para que ningún niño, ni en Guatemala ni en Estados Unidos, tenga que vivir lo que él vivió.