Muros de sed

De raíces, fronteras y otros espejismos
En la entrega anterior del capítulo Night-noche https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-14/ :
- Mientras Raúl era invadido por la nostalgia en una tienda de discos en la State Street, Lucero entró a la tienda a comprar un CD de música grupera.
- Lucero le pide a Raúl que lo lleve a la Selva. Ya creyéndose Tarzán se dio cuenta que la Selva era un lugar para bailar.
- Ya en la Selva, Raúl y Lucero se encuentran a Joaquín. Ella escapa con Raúl por segunda vez sin ser vista por el viejo.
Capítulo XV, Olas
La cuchilla luminosa se clavó en los ojos de Raúl. La cortina no pudo detener el ataque y rendida a los pies del sol, llenó la habitación del calor de una mañana de verano. Apenas abrió los ojos y lo primero que vio en su cuarto fue la ropa de Lucero colgada en la silla del escritorio. En la cama, la muchacha ojos de almendra, enredaba sus piernas con las de Raúl. Sin embargo, Raúl no asía el escurridizo recuerdo para saber qué había pasado la noche anterior. Lucero aún dormida empezó a moverse en la cama. Y Raúl podía describir perfectamente el cuadro porque se pasó largo rato observándola. Incluso, mientras lo hacía, tuvo que darse un par de cachetadas para asegurarse que el prodigio que estaba presenciando no se trataba de otro más de sus sueños húmedos de exilio.
Porque según él, más allá del exilio-destierro, lo que verdaderamente le dolía, era el exilio-amoroso en el que se encontraba sumergido voluntariamente luego de la huida de Laura al fin del mundo. Así que siguió clavándose en la textura de la tela de una diminuta ropa interior y pudo descubrir que no era una tela lisa, sino que contaba con un mosaico de grecas que la hacían parecer más vaporosa. La parte posterior estaba unida con la delantera por un delgadísimo resorte que se perdía en el pliegue de la cadera. Raúl pensó que cada vez gastaban menos tela para confeccionar las prendas.
La piel de Lucero no era ni tan blanca ni tan morena. Sino todo lo contrario. Era de esas pieles raras que tienen el color de la arcilla. Sus muslos perfectamente modelados y separados apenas por unos milímetros, insinuaban la oscuridad de un pubis que se abultaba a través del puente de algodón. Por un momento, Raúl pensó que se estaba pasando de voyerista. Pero luego, cuando Lucero se giró rápidamente para acomodar la espalda en el colchón de la cama, miró el pubis en toda su extensión y los argumentos morales se le escaparon entre las piernas de Lucero.
Los ojos al borde de las órbitas no atinaban a ponerse quietos en el lugar justo. Y él, volvió a repasar como párvulo la lección recién iniciada. Regresó a las piernas; largas, desiertas. Delatando un reciente depilado, por los pequeños pelitos que, casi vergonzosamente, asomaban sus cabezas negras a través de la delgada piel. La imagen era la misma que esos paisajes desérticos que se extienden a todo lo largo de Texas. Baldíos rematados con unos cuantos arbustos que de tan chaparros, apenas y despuntaban en el horizonte. Caminó lentamente por las piernas de Lucero, repasó cada uno de los caminos verdosos que se transparentaban en sus muslos, redes subterráneas de sangre que mantenían con vida las largas llanuras. Ríos secos. Cruce de caminos. Y a medida que avanzaba con lentitud, la respiración se le volvía entrecortada y el sudor le enmascaraba el rostro. Sudor; capucha que lo mantenía en el cómodo papel del anonimato.
Algo presentía Raúl que había al final de los muslos. El delta mágico donde el desierto florecía de vida, geografía intrincada, pangea primigenia. Se sintió como el mojado que atravesaba a matacaballo el desierto para luego, desfalleciente, sacar fuerzas de la nada y jalar la lumbre del ambiente para pegar el sprint final rumbo a la meta: el levantón. La camioneta de los raiteros que lo conduciría a la ciudad paraíso. Ellos también sabían que al final del desierto está la madre nutricia, la boca húmeda, la teta verde.
Freeze, freeze, quietecito, como si el movimiento de los párpados fuera a despertar a la chica, fue ascendiendo, con sigilo, bordeando cada milímetro cuadrado de piel, fotografiándola para siempre, descubriéndola. Andaba en esos arrumacos limítrofes cuando, así de rápido, Lucero se despertó y le obsequió una mirada de reproche. “¿Qué no te bastó con lo de anoche?”. Raúl perdió la vista, tampoco pudo seguir escuchando lo que la indignada Lucero le decía. No recordaba nada. Nada. Tanto y tanto para tantito. Tantito menos que nada. ¿A dónde estaba cuando la frontera fue cruzada? ¿A dónde andaba cuando las olas de arena fina del desierto se le clavaron en cada milímetro de su cuerpo? No era él. Su cerebro partido por la mitad. Un nuevo hombre naciendo más allá de la línea.
La Casita, Ciudad de México, 30 de junio de 2025.
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