Muros de sed

De raíces, fronteras y otros espejismos
En la entrega anterior del capítulo Line, líneas: https://quadratin.com/opinion/muros-de-sed-12/
- Los coyotes de San Abedece degustan la droga que trafican.
- El Micke le dice al José, que ahora está circulando la droga en manos de niños. José le dice que eso es muy arriesgado. Que si pierden la droga perderán, entre otras cosas, la protección en la frontera.
Capítulo XIII, Murder
"Trece, trece, ¿qué te parece?" –
TODOS TUS MUERTOS
Marquitos tenía 10 años cuando la Border lo capturó por primera vez. Él no era de San Abedece. Venía de un pueblito pequeño de Michoacán. Hasta el nombre de su pueblo era pequeñito; Cuitzillo el Chico, se llamaba. Aunque claro, no hacía falta ser abecedario para tener la necesidad de agarrar paso pal Norte. Los padres de Marquitos le pusieron ese nombre porque así se llamaba el bisabuelo de su padre. Al papá de Marcos le encabronaba que la gente le dijera Marquitos a su hijo. “Marcos, eres Marcos. Como tu tata”, le decía al niño. “Para que te lo sepas tu tata fue príncipe, fue hijo de príncipe purépecha. Gente importante que conocía como cuidar y defender la tierra”. Pero a Marcos, nada más había que mirarlo una vez para decirle Marquitos. Era muy bajito y tenía los brazos y las piernas fuertes, como de por sí las tienen los purépechas. La primera ocasión que estuvo frente a un oficial de migración le sorprendió que los gringos no tuvieran tantas diferencias con los mexicanos. El oficial que lo miraba a través de unos lentes negros no era tan alto, tenía el pelo negro y su piel no era blanca. Así que el niño pensó que no había ninguna diferencia entre la gente de un lado y del otro lado de la frontera.
Aprendió pronto que el chiste era perseverar hasta conseguirlo. Esa noche intentaron cruzar de nuevo. Micke, como supo que se llamaba el hombre del diente dorado, era Coyote. Al niño le pareció que esta vez habían caminado mucho menos para cruzar la frontera. Pronto llegaron al primer pueblo en los Estados Unidos. De ahí había que conseguir un levantón para que los llevaran hasta los Ángeles. Antes de que probara las hamburguesas, nuevamente fue detenido con su familia. Luego supo que la política migratoria de los Estados Unidos se había endurecido. Seguía pensando que los oficiales de la Border, no tenían muchas diferencias fisonómicas con los que arriegaban la vida por cruzar una línea imaginaria.
Luego supo también, que sus padres llevaban polvo blanco y que los habían acusado de narcotráfico. Marcos regresó solo a la frontera mexicana. Ahí fue donde conoció al viejo Joaquín. Era ya tarde cuando un grupo de mexicanos se acercaron a la orilla del río Bravo para cruzar. Marcos estaba esperando a ver con quién podía pegarse. Como Joaquín era el más viejo del grupo, supuso que debería ser el Coyote. Sus padres le habían enseñado que la experiencia es la tarjeta de presentación de los hombre viejos.
El viejo tuvo que llevar cargado al niño casi la mitad del camino. Y aunque Marcos era pequeño, pesaba como una persona adulta. Luego del periplo, llegaron a los Ángeles. Poco habló Marcos durante todo el camino en la Van, más bien se la pasó durmiendo. En los sueños volvía a mirar la tierra colorada de su pueblo. La sonrisa de su madre y las fuertes manos de su padre que lo lanzaban al viento. Arriba, abajo, y el aire cosquilleándole en la cara hasta arrebatarle una sonrisa nerviosa. Arriba, abajo, arriba y las manos de su padre esfumándose como en un truco de magia, y la red rompiéndose, triple salto mortal que lo esperaba al terminar el camino.
La Casita, Ciudad de México, 23 de junio de 2025.
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